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Cecilia Casado

A partir de los 50

Me hago mayor, necesito silencio

 

¡Qué gran verdad es que uno no puede comprender la vida si no es caminando por todas sus experiencias! Ni comprender a las personas de otra edad u otra cultura si no desarrollamos la empatía con ellas. Viene esto a cuento de cuando vivía en casa de mis padres y me encerraba en mi habitación con la música a toda pastilla durante horas. Ellos, mis padres, se hacían cruces y “no comprendían” cómo podía yo soportar aquel infierno acústico (le llamaban).

 El ruido, los decibelios excesivos y el aturdirse a través de músicas diversas compruebo ahora que es un privilegio de la juventud. Servidora, que hizo miles de guardias nocturnas en las discotecas de la ciudad, en estos momentos de la vida, no soporto la terrible contaminación acústica en que me veo envuelta cotidianamente.

 Ya desde el punto de la mañana –las ocho- comienzan las obras en la ladera del monte frente a mi casa. Han derribado un caserío y ahora quieren levantar algo en su lugar. Primero fueron las excavadoras y los martillos rompedores; ahora es el sempiterno compresor que les suministra energía para todo lo que están haciendo. El tráfago estruendoso de la vecina variante que proporciona entrada y salida vehicular a la ciudad me estalla en la cabeza cada vez que abro las ventanas de orientación norte. El topo comienza su ruidosa andadura a las seis menos cuarto de la mañana y no cesa en su trajín hasta pasadas la una de la madrugada (eso cuando no hay servicios extraordinarios por las fiestas)

 Me estoy haciendo mayor acústicamente hablando. Ahora quiero silencio, anhelo silencio, busco incansablemente la ausencia de ruidos.

Me abruma el contraste de cuando paso una temporada en mi otro mar y luego vuelvo a Donostia. Allí me despiertan los pajarillos –literal- y como no pasan ni coches apenas, dan las siete, las ocho o incluso las nueve de la mañana y sigo mecida en un sueño acogedor. Mis días transcurren entre el silencio del jardín y el silencio interior que, mimetizado con el ambiente, se aposenta en mí suave y confiadamente. De esta manera la lectura se alarga durante horas, la escritura no sabe de sobresaltos, el transcurrir de la vida se instala en un equilibrio acústico que es beneficioso para el cuerpo y para el espíritu.

 Por supuesto que los del camping del otro lado de la riera arman infames karaokes los sábados por la noche hasta la madrugada, pero es precisamente el punto que equilibra el conjunto. Cuando desconectan los watios de los bafles, el silencio es tanto más profundo que en cualquier otro momento.

 Soy plenamente consciente de que la Naturaleza me está llamando con sus cantos de sirena ancestrales; cada día que pasa siento más profundamente el deseo de abandonar el cemento, el ladrillo y sus ruidos colaterales y trasladarme a vivir a un entorno menos contaminado acústicamente, donde pueda escucharme a mí misma sin la horrible música de fondo de motos, coches y trenes. (Ahora se me ocurre pensar que soy afortunada por no vivir cerca de un aeropuerto…)

Con la cantidad de gente que quiere venirse a vivir a la ciudad, quizás no sería tan difícil organizar un trueque entre un piso “deshente” en la urbe y una casita “deshente” en las afueras. Quizás no sería tan difícil cambiar ruido y comodidades urbanitas, por silencio y un poco de naturaleza no demasiado incómoda.

 Pero supongo que es hablar por hablar; finalmente tengo a mi gente en Donostia y no quiero alejarme de ellos; aquí he vivido siempre y aquí sé manejarme en el entorno (aunque sea ruidoso) y no puedo visualizarme a mí misma viviendo sola en una casita de chocolate en medio del bosque…por más de una semana o dos. Aunque el precio sea no poder estar casi nunca –y sobre todo cuando lo necesito- en silencio.

 Ahora voy comprendiendo a mis padres cuando me tildaban de loca por toda la barahúnda en la que vivía cuando era joven de atar.

 En fin.

 LaAlquimista

 Por si alguien desea contactar: (aunque no sea para trocar la casa)

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                     

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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