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De las dos acepciones que da la Real Academia de la Lengua del término me quedo con la segunda, por poder ser la primera ajena a la voluntad del ser humano y por ende exenta de crítica.
imbecilidad.:
(Del lat. imbecillĭtas, -ātis).
1. f. Alelamiento, escasez de razón, perturbación del sentido.
2. f. Acción o dicho que se considera improcedente, sin sentido, y que molesta.
Pues el caso es que me he dado cuenta de que estoy bastante harta de tener que soportar algunas imbecilidades que pululan a mi alrededor simplemente por el hecho de que se supone que soy una señora bien educada y todo eso. De hecho, ese es precisamente el principal argumento que tienen los imbéciles para arrojarnos a la cara sus imbecilidades: el saber que van a quedar impunes.
Una amiga mía dice que ella tiene “alergia” a la imbecilidad; que cuando está en la presencia de alguien que la padece, siente como si un salpullido interno empezara a tomar fuerza y comienza a sentirse mal, pero muy mal. Y claro, como no hay vacuna, no le queda otra que alejarse lo más posible del portador del virus en cuestión.
Yo voy a tener que empezar a hacer algo parecido porque los síntomas son clarísimos y ya empiezo a no poder soportarlo bien.
Imbecilidad de quien habla por no callar y suelta “boutades” como puños maquillándolas de “gracias simpáticas” y el interlocutor se queda indeciso entre la buena educación de callar o la reacción más visceral de devolvérsela en toda la cara.
Imbecilidad de quien, creyéndose muy listo, te considera a ti un imbécil e intenta “colarte” gato por liebre, escudándose –de nuevo- en tu “saber estar” y que no vas a montar un numerito dejándole al descubierto.
Imbecilidad de quien te pide un favor y cuando vas a hacérselo, te espolea para decirte cómo, cuándo y dónde y le da la vuelta a la tortilla haciendo ver que es justo él quien te está haciendo un favor a ti.
Hasta aquí el desahogo. A partir de aquí, la reflexión.
Estoy segura de que, con bastante frecuencia, en mis años inexpertos y juveniles he dicho muchas imbecilidades. E incluso habré cometido unas cuantas. Pero ahora ya no. Ahora ya no me puedo permitir el lujo (¿lujo?) de hacer el imbécil porque no me sale a cuenta. Tengo en mi interior un pepitogrillo que no calla ni debajo del agua, como los pitidos del arco de los aeropuertos que no pasan ni una, y que me hace ser consecuente con mi propio pensamiento, sin obviar mis propias y posibles imbecilidades presentes y futuras.
Así las cosas, cuando veo a alguien tener un comportamiento “imbécil” hago dos cosas: a) me alejo prudentemente por aquello del contagio y b) observo y analizo no vaya a ser que se me escape la enseñanza.
Porque lo que es, ejemplos tenemos todos los días a porrillo justo con leer el periódico y las declaraciones de algunos de nuestros más preclaros próceres.
En fin.
LaAlquimista
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