En el pueblecito mediterráneo donde dejo que mi vida discurra tranquila y placentera algunas semanas veraniegas, hay un local que se dedica a la venta exclusiva de este líquido dulzón y amargo a la vez, pero siempre aromático y apetecible; un vermouth de fabricación casera tan habitual en la zona como la sidra en nuestra tierra. En las mesas de la terracita que tienen en el paseo, ponen un cubo de hojalata en el que descansan la botella de vermú (de las antiguas, aquellas con tapón a presión enganchado en alambre) y la botella de toda la vida de sifón. La gracia de la jugada consiste en que las botellas están ahí a tu servicio y tan sólo hay que pedir el recipiente para servirse. Es éste una copa de grandes dimensiones provista de varios trozos de hielo. A partir de ahí, ancha es Castilla, ya puedes beber todo el vermú que quieras…por el precio de una única consumición. (4,50€ tapa incluida)

 Lo habitual es que la gente llene un par de veces su copa y considere que ya ha amortizado lo pagado, amen de haberse tirado una media hora larga ingiriendo alcohol con cara de no haber roto nunca un plato. La graduación no es excesiva y, al ser el vermú casero, “pega” mucho menos que el fabricado, con más producto químico que otra cosa, que se anunciaba en la televisión a fuerza de poner morritos.

El dueño del sitio en cuestión, de raíces vascas, sabe cómo hay que hacer las cosas y, cuando se encuentra con gente que sabe apreciar lo que él ofrece no la deja escapar así como así. Y te va ofreciendo diversas cosas ricas para acompañar la libación: habitas minúsculas con jamón, trozos de queso en aceite que es un pecado, gambitas blancas, boquerones avinagrados uno a uno, erizos de mar y, algunos días, ostras deliciosas. Y enseguida te pone encima de la mesa otro cubo más pequeño lleno de hielos para que puedas seguir llenándote la copa de vermú. 

Lo que nos suele gustar cuando hacemos la “sesión vermú” es poner boca abajo en el cubo todas las botellas que podamos, botellas que van llegando a la mesa religiosamente a una seña discreta al camarero. Contado así pareciera que la borrachera esté cantada, pero no necesariamente. Picando cosas ricas y con un buen vermú natural, las penas…son menos. Luego está la habilidad natural de cada cual para hacer gala de su “cultura de barra” y no salir excesivamente “perjudicado” del evento.

 Pero es muy divertido y además me hace reflexionar. Esta forma de ofrecer sin límite, es como el amor o la amistad. Puedes servirte todo lo que quieras y el “precio” siempre es el mismo; pero…!ay si abusas demasiado! Supongo que alguien te hará saber –más o menos discretamente- que “te estás pasando”.  O la conciencia –antes de perderla- encenderá sus pilotos rojos de aviso. ¿Sabemos frenar cuando intuimos que estamos abusando de alguien o de una situación?

  Al cabo de media hora se comienza a arreglar el mundo y a la segunda botella ya se ha decidido que no vale la pena intentarlo (lo de arreglar nada); con la tercera –entre cuatro es cosa fácil- nos vamos queriendo todos un poquito más y con la última se llega a la conclusión de que la vie est belle y el vermú y los amigos son algo estupendo. Bien es verdad que te levantas de la mesa un poco “perjudicado”, pero al día siguiente no hay resaca aparente, siempre que hayas vuelto a casa paseando por la orilla del mar y mirando la luna.

 Pequeños placeres. Un día de estos tengo que hacer una “sesión vermouth” con los amigos en mi casa; a ver qué pasa.

 En fin.

 LaAlquimista

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