Esas calles que tienden de azotea a azotea sus lienzos blancos haciendo de toldos protectores del hormiguero que bulle bajo su blanquecina luz. Mirar al cielo y no verlo porque la calle queda recoleta -Sierpes, Tetuán- imaginando que el tiempo queda detenido a la altura de La Campana y que los pasteles que adornan las vitrinas se siguen haciendo igual que en 1885. Es ahora una tienda de abanicos y abalorios, o mantones de Manila y trajes de “sevillana” o una farmacia en la esquina con su mostrador de madera las que llaman la atención, no solamente visual, sino olfativa; desde una callecita llega el reclamo de los “adobos”, de Blanco Cerrillo, pavía, pescada, boquerón frito, en cuatro mesitas desperdigadas alrededor del bar del siglo pasado.