

La isla de la Cartuja era rica en unas tierras de arcilla que los alfareros extraían para la confección de sus azulejos y cacharros. Según la tradición, en una de las cuevas fue hallada una imagen de la Virgen y construyeron una ermita. Para atender a los peregrinos y devotos se contruyó el monasterio cartujo en 1400. Pero con la desamortización de 1835 el conjunto pasó a ser propiedad del empresario británico Charles Pickman que lo convirtió en una fábrica de cerámica de fama internacional. Con motivo de la Exposición Universal de 1992 se restauró el conjunto y quedó dedicado a usos culturales para nuestro disfrute…
El río. El Guadalquivir de poemas y dramas ofrece un paseo por la sombra para el que hay que recabar fuerzas con un café fuerte y helado, en una de esas terracitas donde instalan aspersores de vapor de agua para refrescar el cutis y encrespar los cabellos. No podemos evitar notar el contraste entre los calefactores de las terrazas del norte y los “enfriadores” de las terrazas del sur.
Cuando el sol comienza a dar signos de debilidad es el mejor momento para caminar hacia otro de los lugares emblemáticos de la ciudad: la Plaza de España. El paseo bordea el más que famoso hotel Alfonso XIII, de estilo neomudéjar construido para la Exposición Iberoamericana de 1929, donde los turistas de verdad se hacen fotografiar frente a la puerta de entrada, como si de una de sus suites estuvieran saliendo. Uno de mis trucos infalibles en grandes (y pequeñas) ciudades es, cuando voy de turista, NUNCA vestir de turista sino como todos los días, es decir, no disfrazada. De esa forma -y con paso decidido- queda siempre expedito el acceso a grandes hoteles, por lo menos para llegar hasta el oasis del lounge-bar, deleitarse con un bloodymary y acceder a los lujosos aseos.
El impresionante edificio de la Real Fábrica de Tabacos, con el que topamos en nuestro recorrido -hoy Rectorado de la Universidad- permite visitas guiadas de lunes a jueves a las 11,00h, -queda en reserva el plan para otro día. De momento, me contento con canturrear la música de Bizet e imaginar a las cigarreras bailando con polvillo de tabaco en los ojos y en los pies.
Los pasos -ya algo polvorientos- nos dejan al pie de la Plaza de España, donde el canal circundante surcado por cansinas barquichuelas remedan un pasado esplendoroso. Construida también para la Exposición, la plaza coquetea con el frescor del parque de Maria Luisa, ofreciendo ladrillo visto, palomas, calor plúmbeo y arquitectura regionalista a cambio de los paseos silenciosos y arbolados del parque excelso de la ciudad. Es visita de obligado cumplimiento aunque no forme parte de mi imaginario particular.
Si lo es el Casino de la Exposición, que alberga ahora una muestra sobre el inigualable Miguel de Molina, “Arte y provocación”, dios absoluto de la copla, además de ser uno de los escenarios de la Bienal de Flamenco que termina este mes y para la que no hemos podido encontrar ni una mísera entrada disponible, que bien que nos hubiera gustado poder asistir a alguno de los espectáculos programados.
Los Jardines de Murillo nos llevan en el último paseo del día -ya con las piernas hechas fosfatina- hasta los aledaños de Santa Cruz. Un respiro de cerveza con un plato de jamón nos empujan hasta la calle Mármoles donde se inaugura hoy la muestra “Contraespejo-s” de Luis Gordillo. Un rato entre cuadros y pintores que es el digno colofón de una jornada llena de arte, luz, belleza.
De vuelta a casa, aún nos demoramos un rato más delante de unas tapas y unas cruzcampo; tan sólo son las 10 de la noche, la ciudad comienza a bullir mientras los turistas duermen en los hoteles. Retirados los extraños, los de casa recuperan su territorio… hay un barcito en la esquina de la Plaza del Museo que nos hace guiños todavía. Pero mañana será otro día.