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Cecilia Casado

A partir de los 50

“Carnet de Voyage” Por las colinas de Lisboa (II)

 

Creo que nunca he estado en una ciudad que tenga menos de quinientos años. Son las viejas ciudades de los viejos países las que me atraen irremediablemente. Sitios con historia, calzadas desgastadas por los pasos de seres humanos que lucharon por vivir un poco más y mejor.

¿Qué tendrán las viejas piedras de las viejas ciudades, que el cansancio se hace poesía? Es en una ciudad como Lisboa donde necesito todas las horas del día para perderme por sus calles, reconocer olores comunes, atisbar desde una esquina a lo lejos, mirar las nubes moverse sobre tejados que no me son extraños.

Colinas y más colinas, cuesta arriba y todavía un poco más, para llegar al punto culminante de la ciudad que baña el Tajo, el Castelo de San Jorge, antigua ciudadela medieval. En el año 1147, los musulmanes perdieron el último reducto defensivo de la ciudad a manos de Alfonso Enriquez que fue el primer rey de Portugal y durante cuatro siglos se convirtió el castillo/palacio en sede cortesana hasta que, cuando Portugal se integró a la Corona de España, -en 1580- volvió a tener función militar. No hay viajero que deje de visitarlo por lo que, tras casi media hora de fatigosa -aunque interesante- caminata, al llegar arriba, mi ingenuidad se topa con el precio de la entrada: 7,50€.

!Cáspita, esto no me lo esperaba yo!

El castillo guarda murallas almenadas, pero no queda nada más, excepto la exposición de ruinas arqueológicas. Lo que ofrece -que no es poco- son las esplendorosas vistas sobre la ciudad…y no puedo por menos que establecer una comparación con mi pequeña ciudad donostiarra, nuestro Castillo en el Monte Urgull, sus vericuetos, almenas, paseos, atalayas y magníficas vistas…!completamente gratuitos! Las comparaciones, una vez más, no me parecen odiosas, sino necesarias porque, una vez más, ha hecho falta tomar distancia de lo propio para valorarlo un poco más. También suele ocurrir así con las personas, que no se me olvide…

El barrio de Alfama se extiende a los pies y alrededor del castillo, descendiendo en cuestas peligrosas para los no acostumbrados, hasta integrarse de nuevo en la bulliciosa ciudad vieja. Alfama de fados y poesía, de cantos desgarrados en la noche a los amores dolientes, que son reclamo para turistas como el mal flamenco de Andalucía.

No vale la pena buscar un sitio donde comer sino aceptar lo que el “fatum” ponga en nuestro camino, y es en este caso una pequeña cantina de diario, con platos cocinados “como en casa”, el sempiterno bacalao potente y contundente para propiciar el ánimo a seguir recorriendo la ciudad.

 

Una esquina cualquiera, con su estampa pintoresca, que parece retroceder en el tiempo y hacer un guiño a lo que fueron otras realidades.

 

Un limpiabotas en plena función, el alcorque para un árbol más feo del mundo, la protesta en forma de anuncio en todas las calles.

Lisboa de contrastes, de coches de ricos y tranvías desportillados, que siembran la duda de si no quieren “adecentarse” para no perder el “encanto” de la ciudad.

La Sé (o Catedral) que vuelve a convertirse en pastiche pudiendo haber sido hermosa en su simplicidad. Imagen repetida mil veces por los turistas que esperan a que pase el tranvía por delante de su puerta para sacar una foto bonita.

 

 

 

El café ofrece la excusa para el merecido descanso; subir y bajar cuestas empedradas descoyunta a cualquiera que no tenga menos de treinta años o lleve botas de monte; un caroto -cortado-  un pastel de nata (que curiosamente lleva crema) y un güisqui con soda nos reconcilian con el mundo y la tarde soleada después de la lluvia exasperante de la víspera.

 

De vuelta al barrio del Parque de la Expo, recalamos en el Oceanário, un aquarium superlativo, que nos han recomendado vivamente visitar. Una hora larga para disfrutar con la fauna marina de los siete mares -o cinco océanos-. La visita cuesta 16€ y nos hace recordar que estamos en un país que -como el nuestro- necesita sacar rentabilidad de todas sus inversiones, instalaciones, construcciones y monumentos. La pregunta del millón es la siguiente: ¿por qué cuanto menos rico es un país más aprieta la soga alrededor del turista? ¿Creen así que aumentará el turismo?

El descanso previo a la cena se hace preceptivo si no queremos que nos recojan con pala ya que -ésta sí- va a ser la noche especial, noche de fados que no sé si podré relatar o se me quedará adherida al alma y ausente de palabras.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

laalquimista99@hotmail.com

Fotos: C.Casado

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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