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Cecilia Casado

A partir de los 50

Empezar el año con un par de huevos

 

Un día uno de Enero, hace ya algunos años, andaba yo dando vueltas por la casa desierta. Mis hijas celebraban la fecha con sus padres –por aquello de convenios bien entendidos- y en mi cabeza bullía una resaca emocional de las que sólo se pueden sentir un día de Año Nuevo. Estaba sola, más sola que la una; mi familia de origen también iba a su aire (como siempre, que yo recuerde) y no se me ocurría a quién llamar para compartir tan magna efeméride sin ponerle en un aprieto.

Así que tiré por la calle del medio, me vestí de domingo –aunque era miércoles- y me fui a pasear mi soledad social cerca del mar como buscando consuelo en la contemplación de sus aguas frías y azules. La gente –en grupos, manadas familiares con caras de cansancio por el exceso de turrón en compañía, me obligaban a pegar mi paso a la barandilla; venían de frente en formación, sin tener la más mínima misericordia con una pobre mujer divorciada, cabeza de familia de un hogar monoparental, donde ese mediodía no habría langostinos en la mesa porque mira que es triste comerlos en soledad.

Aquel primero de año lo tengo grabado como las escenas de la niña del Exorcista; una pesadilla diurna recurrente en la que me veo a mí misma girando el cuello en postura imposible hacia mi pasado y destilando desde mi corazón algo verde que seguía manchando de nostalgia una parte de mi biografía. Fue el momento de mi vida en que REALMENTE tomé conciencia de lo que era mi realidad, dejándome de eufemismos, de lo que era yo misma, el poder que tenía para hacer con ellas (con mi vida y mi persona) lo que yo quisiera.

Y en vez de mojarme con lágrimas de cocodrilo, que corren el rímel y no conmueven a nadie, me acerqué al único bar de hotel que encontré abierto y, entre abuelos comiendo croquetas y niños salpicando cocacolas, me tomé una copa de champagne y cuatro ostras a mi propia y única salud.

La vida no es mejor ni peor según se compare con la de los demás. Rumiaríamos el descontento eterno si nos enviaran una fotocopia de la cuenta corriente de los que nos gobiernan aunque viendo a muchas actrices al levantarse de la cama un día cualquiera podríamos sentirnos divas de andar por casa nosotras también. Así que aquel día primero de enero de no me acuerdo qué año, aprendí que no siempre es bueno hacer comparaciones sino que, en muchísimas ocasiones, es infinitamente más placentero y productivo aislar la propia experiencia, la personalidad que nos define y elevarla a la categoría de rara avis con label de origen personal e intransferible.

Aprendí que ser responsables de las consecuencias de nuestros actos es una de las satisfacciones que no todos los humanos son capaces de disfrutar. Que queremos tener el santo y la limosna y hallarnos, siempre que podamos en situación cómoda, protegida y bien vista socialmente. Pero esa no es la realidad en la que madrugamos cada mañana, esos grupos familiares que yo sorteaba en el paseo festivo y soleado del uno de Enero, probablemente adolecerían muchos de ellos de los mismos problemas que había tenido yo en mis matrimonios y que, buen consuelo fuera ése, también muchos de ellos estarían sonriendo por fuera, pero con el corazón encogido por dentro.

De las ostras y el champagne saqué fuerzas para volver a casa mucho más contenta de lo que había salido de ella. Puse de nuevo la mesa festiva con un único cubierto y cociné los huevos fritos con patatas más sabrosos que había comido en toda mi vida. Con sal gorda y obleas de ajo bronceadas.

Desde entonces y hasta hoy, ese es el menú de Año Nuevo en mi casa. Con un caldo aromatizado de primero y algún capricho de postre. Mis hijas no se lo pierden y llevan muchos años ya compartiéndolo conmigo.

Unas simples patatas y unos simples huevos. Pero con todo el amor del mundo. Ahí es nada.

 En fin. 

LaAlquimista

 Por si alguien desea contactar:

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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