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Cecilia Casado

A partir de los 50

Aprendamos a ser egoistas

 

¡Qué horror lo que voy a decir, qué desatino después de la educación que me dieron! Pero creo que ya va siendo hora de llamar a las cosas por su nombre sin miedo a que nos coloquen un sambenito políticamente incorrecto ni a que se nos caigan las uñas de culpabilidad.

Toda la vida nos han estado martilleando con la cantilena inoportuna de todo lo que NO está bien, de cuanta cosa NO se puede hacer, de aquello que NO es correcto. Así aprendimos a machamartillo que el peor de los pecados era ser egoístas, casi más que lo de los pensamientos impuros, y ya ni te cuento a las mujeres que alguna vez nos dejaron –si es que nos dejaron- ser niñas y desarrollarnos en la constreñida libertad aparente de los años sesenta donde los conceptos maniqueos de “bueno” y “malo” parecían haber desplazado de la lista al resto de los adjetivos calificativos.

Éramos egoístas si no compartíamos lo nuestro con los demás y se nos hinchaba la vena del cuello cuando veíamos que a los demás no se les exigía que compartieran lo suyo con nosotros. Éramos tildadas de egoístas si pensábamos en jugar y divertirnos haciendo mucho ruido y molestando a quien quería silencio para jugar y divertirse a la manera adulta. A fuerza de tildarnos de egoístas dejaron de enseñarnos lo que era ser generosas porque no conocíamos más que uno de los lados del puente, el que bajaba hasta el río y estaba lleno de piedras mientras que al otro lado se extendía el prado verde con un tiovivo ruidoso a la derecha de la postal.

 De esta manera creció toda una generación de niñas y niños que enseguida vieron que había grandes desigualdades. Las niñas ayudaban en casa y los niños jugaban en la calle. Las niñas fregaban, hacían camas, quitaban polvos y ordenaban el caos familiar mientras los niños manchaban los platos, las sábanas y esparcían por doquier toda la suciedad que traía la libertad.

Así se nos hizo generosamente entregadas y a ellos se les hizo salvajemente egoístas; desde entonces, hasta hoy. A ver quién le pone el cascabel al gato…

 

Entre aquel tiempo color sepia y el mundo punto com de hoy hubo el paréntesis de la lucha para conseguir un poco de igualdad, la inauguración del feminismo que discurrió por pedregosos caminos y la distorsión del pensamiento por parte de quien era parte interesada en que nada dejara de ser lo que había sido. Una efímera toma de conciencia que quiso salvar a la generación “bocadillo” a la que pertenezco, donde hubimos de luchar –algunas, más bien pocas, porque el enemigo estaba en casa- por una repartición más equitativa de los roles ancestrales. Algo se consiguió, porque cuando a mí me crucificaron por irme a vivir “en pecado” allá por el año 76 y a negárseme la entrada en casa, hoy es el día en que en mi familia de origen ya hace cada uno de su capa un sayo sin que nadie se rasgue las vestiduras. Es decir, se permiten ciertos “egoismos” sin tomar en consideración las normas o conveniencias sociales o, simplemente tirando por la borda décadas de educación.

Antes/antes quién osaba darle a un padre una mala contestación o simplemente desobedecerle; quién se atrevía a saltarse a la torera un castigo materno o hacer oídos sordos a cualquier orden castrense que tuvieran a bien vociferar los “mandos” familiares.

Porque no nos dejaban ser egoístas, porque nos obligaban a pensar –y anteponer- el bien colectivo al capricho o deseo individual, porque la familia era lo que era y ahora es lo que es. Hemos pasado de un extremo al otro porque antes eran egoístas los padres y ahora son egoístas los hijos, así como quien no quiere la cosa… ¡Hay que ver!

Propongo que nos rebelemos, que aquellos que crecimos bajo la férula paterna o materna no permitamos que sean ahora los hijos nuestros o los hijos de nuestros hijos los que manejen el látigo de la culpabilidad y el chantaje emocional… que eso es como salir de la sartén para caerse al fuego.

 

Hombres y mujeres de mi generación que tuvieron que marcharse del hogar familiar huyendo –y digo bien: huyendo- de un egoismo exacerbado por parte de los padres que utilizaban el “ordeno y mando” para sentirse caciques de setenta metros cuadrados y generales de un ejército de cuatro o cinco miembros sin derecho a réplica, esos hijos que tienen ahora entre cuarenta y casi sesenta años y que han caído en las garras egoístas de los hijos que les arañan el alma y sacan la sangre de la culpabilidad, el chantaje emocional y, todo hay que decirlo, los dineros.

¿Cuándo nos toca a nosotros ser egoístas? ¿O será que el concepto en sí está devaluado, que siempre fue un fiasco y a nosotros nos engañaron para utilizarnos a su antojo?

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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