El cuento de los miércoles. "Carta a Dios" | A partir de los 50 >

Blogs

Cecilia Casado

A partir de los 50

El cuento de los miércoles. “Carta a Dios”

 

Tienes visita Dios, pues hoy he venido a verte.

 Hola Dios:

 Desde ya mismo sé que esta será la carta más difícil que haya escrito nunca. Permíteme, a fin de hacérmelo más fácil, y sin que signifique de algún modo una falta de respeto, que te tutee.

Aprovecho de esta forma, antes de finiquitar mis días y de presentarme ante ti, o ante el subalterno que corresponda (y es que, aunque la omnipotencia sea mucha tela, nos vamos a presentar tantos que en un solo día…), para exponer las razones de mi comportamiento durante el rato de vida que me has otorgado. También aprovecharé para hacer uso de la crítica mientras pueda, ya que podría ser que una vez allí no tenga oportunidad, o se me niegue poder ejercerla. Teniendo en cuenta la experiencia que, sobre la Justicia, me llevo de aquí…

De antemano debo decirte que me pregunto a menudo, qué error cometí yo para que a la hora de repartir los papeles a mí me cayese en suerte el que me ha correspondido. Naturalmente, todo es relativo, podría haber sido canguro en Australia, cactus en el desierto de Arizona, o un paria hindú. O incluso podría no haber superado la niñez, con un estómago hinchado de hambre y millares de moscas revoloteando sobre las babas de mi boca carente de alimentos. ¡Qué castigo Señor! No, si a lo mejor todavía soy un desagradecido.

Es impensable que yo pueda tratar de analizar algo bajo un prisma filosófico, puesto que mi intelecto apenas roza los contornos de dicha ciencia, como nos sucede a la inmensa mayoría de seres humanos que han poblado, pueblan y poblarán estas tierras. El bagaje de conocimientos que poseo, basados más en la experiencia que en el estudio, ni siquiera me permitiría emprender semejante aventura. Lo cual no me impide la formación de opiniones, quizás no tan eruditas como empíricas pero, plenamente fundadas en el mismo origen que sirve de base a ambas: la razón.

Tú siempre podrás argumentar aquello de que todo es mucho más complejo de lo que yo trataré de explicar aquí. Mucho más teológico, mucho más filosófico y mucho más intrínsecamente espiritual. El problema no obstante, para la gran mayoría de los millares de millones que habitamos estos lares, es que toda esa inmaterialidad no solamente no nos llena las tripas, sino que además nos resquebraja el alma, el soplo que pretendiste darnos, y crea el caos en nuestro raciocinio.

 Si debo serte completamente sincero, diré que tengo serias dudas sobre tu existencia y tu forma de ser, de acuerdo a la doctrina que me hicieron engullir en esta sociedad en la que decidiste ubicarme. Y si mantengo esas dudas y no te he negado, definitivamente, ha sido únicamente por comodidad y por miedo. Mi razón, en cambio, me dice que no es posible que un Dios, omnipotente, omnipresente y omnisapiente, pueda ser infinitamente más cruel que cualquier hombre. ¿ Por principio de autoridad? ¿Para ejemplificar? ¿Como demostración de poder? Ni que fueses presidente de los Estados Unidos, o de Corea del Norte, o de qué sé yo que nación “democrática”, por hacer una comparativa de actualidad. De hecho, obras como si te hubieses rebajado a eso. Incluso peor.

De niño, cuando más me oprimía el temor a tu condena, me preguntaba a menudo cómo excusar y justificar mis errores y mis faltas para, al menos, atenuar el castigo. Ahora, ya mayor y mucho más escéptico, me pregunto qué excusas tendrás Tú para explicar tu injusto y cruel comportamiento. No me sirve el argumento de que tus designios son inescrutables. Dejan de serlo, y además se convierten en viles barbaridades, en el momento en que nos los haces padecer. 

Recuerdo mi infancia con alegría, libre de preocupaciones y de miedos hasta que comenzaron a inculcármelos a raíz de comenzar a asistir a la catequesis dominical. Hasta aquel momento fui la inocencia, en el puro y total sentido de la palabra. Dormía como lo que era, un niño. Desde entonces cuántas noches en vela, temiendo tu rigor, lleno de culpa propia y ajena, injustificada e injustificable, viviendo un infierno, por lo menos tan duro, como con el que nos amenazabas. Teniendo en cuenta lo que me costaba, a veces, dormirme por el temor de despertar entre llamas, condenado para toda la eternidad, todavía me pregunto cómo es posible que no contrajese un insomnio irreversible, que me hubiese perseguido durante toda la vida.

Aún hoy, en vísperas de concluir esta vida con la que me has castigado, siento cierto temor, como posos restantes de una vieja cocción, aunque infinitamente inferior al que comenzaron a incubarme recién desarrollada mi infancia. De un plumazo transformaron mis actos infantiles, mis chiquilladas, en pecado, en crimen, y me cargaron de culpa. Me amenazaron en tu nombre con los peores tormentos y condicionaron mi vida a un temer eterno, sin apenas uso de razón y tratando de acondicionar mi razón a un uso, que ni comprendía entonces, ni comprendí después, ni comprendo ahora.

Siempre he necesitado creer, pues soy de la convicción de que sin fe es imposible la esperanza y sin ésta sería insoportable aguantar la vida, y ante lo incomprensible siempre resulta cómodo, e inevitable, creer en un mañana mejor. Aunque uno crea en patrañas que no aguantarían el más mínimo juicio del sentido común, es más saludable (¿) esperar un porvenir más favorable. Pero, amigo, pasan los días y esto continua siendo la misma mierda, si es que no empeora. Hay que tener mucha templanza para esperar, con paciencia, tu generosidad divina. Suena muy bien aquello de que es más fácil que un camello pase a través del ojo de una aguja, que un rico acceda al reino de los cielos… Pero aquí toda la porquería la acarrean los mismos, las calamidades acucian a los mismos y,  a pesar de la escualidez de muchos, tampoco es seguro que vayan a traspasar tan angosto orificio.

Señor, pienso que te equivocaste en muchas cosas porque no creo que fuese esto lo que pretendías. De todos los animales, hacer justo al hombre a tu imagen y semejanza fue, a mi humilde entender, el mayor error de todos. Cualquiera, de los otros bichos que creaste y que hubieses elegido, lo hubiese hecho mejor. Estoy totalmente convencido. Pero claro, la presunción… Por ponerte un ejemplo, a mí me resulta mucho más atractivo Tyson, el perro de mi suegra, de raza indefinida, que mi vecino de abajo, y además es mucho mejor persona. Nuestro perro “Boli” –diminutivo de bola, que no de bolígrafo- del que estoy seguro que sabe escribir, ofrece mejores, mayores, y más sinceras muestras de cariño de las que jamás muchos humanos llegarán a poseer. Creo que te agradece que le hayas otorgado la condición de perro. 

Es un tomo extraordinario el de la Santa Biblia, con un contenido de libros aún más extraordinarios. Es un arma, según mi humilde entender, mal utilizada. Son historias fantásticas con unas moralejas maravillosas, que bien podrían ser un tratado del ideal utópico. Yo no he leído el Corán, ni el Talmud judío, ni he profundizado en ningún escrito sobre el budismo, el hinduismo, el lamaísmo, o cualquier otra religión, aunque poseo un ligero conocimiento de muchas de ellas. Pienso que todas son verdad, o tienen, mejor dicho, sus partes de verdad. Y pienso que, en todas ellas, hay mucho de crueldad. Los escritos de todas, como documentos ejemplares, deberían servirnos para sacar conclusiones que sirviesen a adoptar posiciones más fraternales y menos intransigentes en las relaciones con nuestro entorno, cercano y remoto, y no para intimidarnos y coartarnos. Me iré de esta tierra sin haber conocido a nadie que haya preferido ser parte a juez, o que haya encontrado la aguja en el pajar.

El hecho de que en el Génesis, primer libro de la Biblia, se nos explique el penar de la raza humana como un castigo originado por el hurto, ni tan siquiera robo, sin escalo, ni rotura, ni allanamiento, de una manzana, por muy parábola que sea, a mi me parece, no sólo injusto y desproporcionado sino cruel. Ya sé que hay que verlo bajo una perspectiva más global, más de poner los puntos sobre las ies, más de hacer saber quién manda aquí. Pero así y todo, por una manzana, hombre…

La doctrina budista, contenida en verdades nobles, dice en su primera: “Todo es dolor, el dolor impregna y determina la vida de todos los seres. No existe ni Dios ni principio vital supremo, únicamente naturalezas compuestas, sometidas por naturaleza a la descomposición. Sólo el dolor existe de una forma permanente”. Y yo, que en el correr de esta vida mía, he dejado descomponerse mi fe, certifico dicha verdad como irrefutable.

No por ello me he convertido en budista, simplemente afirmo que la verdad es eterna, universal y real, independientemente de quién la promulgue o la practique, y que nadie está en posesión de una verdad absoluta. Es así porque así es y lo único que puede descomponer su naturaleza es la imposición.

Marx decía que las religiones eran el opio del pueblo. También eso me ha servido en la vida, al menos durante algún tiempo, para excusar o contraponer mis debilidades a mis deberes, inculcados bajo un prisma católico.

Yo fui registrado (bautizado) y educado en el catolicismo, con los pros y los contras que ello conllevaba, y me he pasado la vida sopesando mi conducta bajo ese prisma. Me la he pasado temiendo las consecuencias de no ser capaz de obtener una salvación, para cuyo logro se me proporcionaban instrumentos, a veces incomprensibles e injustos, y por la que se me ofrecían y exigían  sacrificios absurdos a mi naturaleza.

Pienso, Dios, que todo es mucho más sencillo que eso. Lo pienso porque mi recorrer por la vida me ha enseñado que el obrar correctamente ha sido el único motivo de felicidad real que haya podido experimentar, las escasas veces que he practicado esa conducta. Se puede estar equivocado y ser coherente, con una idea, con un acto. Se puede ocasionar un daño tratando de hacer el bien. Se puede vacilar y cuestionar, actuar y arrepentirse, errar y perdonar. Y se puede porque está dentro de nuestra naturaleza el que así sea. Lo que no se puede es imponer, por mucho que uno, persona o Dios, crea estar en posesión de la verdad absoluta. Ni tampoco pensar, y hacer de forma diferente. La hipocresía sí que es una mala enfermedad. Tampoco debe ser el temor al castigo, limitado o eterno, lo que nos obligue a actuar de una u otra forma,  en contra de nuestra convicción, acertada o errónea.

A riesgo de sobrecargar, un poco más, mis alforjas de culpa, te diré que se puede ser buena persona, aún robando la manzana, sin necesidad de seguir a ningún Dios y sin necesidad de creencias místicas. La palabra solidaridad siempre me ha parecido más real y menos ampulosa que la palabra caridad, de la misma manera que el término orden nunca podrá equipararse al de comprensión.

Del  mismo modo, creo que tienes conocimiento de ello,  se practica el mal y se crean miserias enarbolando tu nombre y el de otros Dioses.

 Durante la Edad Media los cruzados, esgrimiendo tu nombre, desarrollaron la “Guerra Santa” tratando de aniquilar al infiel mahometano. En la actualidad los fieles mahometanos se inmolan para destruir al infiel cristiano, o no, practicando su Jihad islámica, su particular “Guerra Santa”. Me da igual el nombre de qué Dios se esgrima para justificar, personalizar o ejecutar tales barbaridades, que no hacen sino espantar la fe en ellos, se llamen Alah, Jehová, Bhuda o simplemente Dios. Llega uno a descreer, no sólo de Dios sino, de la raza humana. Estoy convencido de que este mundo nuestro requiere un cambio profundo de la conducta humana, que será imposible mientras no cambien los dioses que la guían.

Tengo que decirte que ya tengo superado el miedo a la muerte. Bueno, casi. He llegado a la conclusión de que se aprende más cuando uno quiere que cuando uno debe , aunque sólo sea por convencimiento. En mi caso ha ayudado también la obligación. No quiero marcharme de este mundo, el único que conozco de momento, sin tratar de entenderme al menos a mí mismo. Pretender entender a los demás o su relación con la vida me parece un acto de vanidad. Ya es difícil, muchas veces, comprender nuestros propios actos. A ti, Señor, me resulta imposible comprenderte. Por algo hiciste decir que tus designios eran inescrutables. ¡Menudo alibí te proporcionaste.! 

A la hora de hacer examen de conciencia de todos estos años he necesitado toneladas de auto-misericordia para equilibrar mis errores, supongo que me lo permitirás si te digo sinceramente que me duele y me apena el daño que haya infringido, y que imploro perdón humildemente.

A unas personas nos cuesta más que a otras aprender las cosas. Yo he tardado en discernir entre el bien y el mal. He hecho muchas cosas malas en mi vida, ejercitando los siete pecados capitales de tu Iglesia, y practicando, con seguridad, algunos más. Nunca fui feliz por ello, y el daño que causé  a otros es irreparable. El daño que me causé a mí mismo lo he venido pagando – y lo que me queda ¿verdad? – desde el momento en que fui consciente de haberlo producido. Desde ese momento traté de obrar más correctamente, y en muchas ocasiones tampoco lo he conseguido. Será que soy más estúpido de lo que yo creía, o será sencillamente que soy humano.

Muy a menudo, he estado en desacuerdo con lo que veía a mí alrededor. Con mis limitaciones he tratado de cambiarlo, casi siempre infructuosamente. El sueño, la utopía, eran mi razón de vida. Aspiraba ver un mundo mejor, más justo, más igualitario. Me he desmoralizado una y mil veces al ver mis sueños hechos añicos, y ya no me quedan fuerzas. Tú, en cambio, hacedor del mundo, podrías arreglarlo un poco. Me cuesta creer que cuando hiciste el mundo, sabiendo como sabías (¿) cómo sería, no cambiases de idea. ¡Vaya cacao tenemos organizado aquí!

Lo peor es la tendencia. Creamos comodidades para mejorar nuestras vidas, y lo único que hacemos es alimentar la mezquindad, y seguiremos creando hasta usurparte el puesto y luego Dios dirá, ¿o será el hombre?

Ya sabes que en la vida real, la que vivimos nosotros aquí y ahora, la que llevamos viviendo estos últimos miles de años, hay pocos David y muchos Goliath. Y no digamos Salomón, ahora te parten al niño de verdad, aunque sólo tenga una presunta madre y nadie más lo reclame. Personajes tipo Job, Noé, Jonás – además quedan muy pocas ballenas- o Abraham son casi imposibles de encontrar. Hay mucho pseudo Moisés, libertadores del pueblo, mucho Caín y sobre todo mucho Judas. Ese personaje te salió que ni pintado.

Tienes que poner un poco de orden porque esto se desmadra. Os deberíais reunir todos los dioses del mundo y tratar de llegar a algún acuerdo, y si no lo lograseis os deberíais plantear el disolver la organización que formáis, y que cada vez se parece más a nuestra Naciones Unidas. El hombre, por si solo, es capaz de cometer enormes atrocidades sin necesidad de ayuda, sea esta de carácter celestial, divina o infernal.

Vivimos en un mundo donde reinan la desigualdad y la injusticia. Un mundo donde, a unos pocos, les es conveniente alimentar la ignorancia del resto, en vez de alimentar sus tripas. Donde la miseria es el artículo de uso más común y donde se practica la caridad para presumir de ella. Un mundo que- Tú (¿)- vosotros creasteis y del que, a pesar de la autonomía que nos concedisteis para desarrollarlo y administrarlo,  sois responsables. ¿ No es esa una culpa grande? Y, ¿ qué hay del “amaos los unos a los otros” ?… ¿ Qué hay de todas aquellas bienaventuranzas que prometían a los pobres y desamparados la posesión del Cielo, en ausencia de posesiones terrenas?   ¿ Hasta cuando deberán esperar?

¿ Cuántas injusticias deberán aceptarse y tolerarse antes de que podamos reconocer que no sabemos concedernos, a todos, el mismo valor? ¿Cuándo, Dios, podrá el alma convertirse en corazón?

Sé que me quedan muchas cosas por decirte, como Tú bien sabrás, pero las pocas fuerzas que me quedan debo administrarlas  para escribir a otras gentes. Además tenemos la eternidad por delante y ya encontraremos un rato para dialogar. ¿No?

Me gustaría enterarme, desde donde fuera, aunque fuese el infierno, que este mundo ha ido a mejor, que nadie pasa hambre y que la gente se muere sólo cuando le corresponde, una vez agotada su vida, sin necesidad de ayuda externa. Es el sueño que he metido en mi zurrón para afrontar este último viaje.

No me siento culpable de haber perdido la fe que me otorgaste, o que durante tanto tiempo poseí, ni tampoco de haberla malgastado. Tu deberías saber que he tenido fe, cantidad de ella, incluso cuando las circunstancias me indicaban claramente que era una estupidez seguir manteniéndola. Tal vez pudiese ser tachado de descreído. Sólo sé que no he aprendido gran cosa en esta última vida, y que lo que he visto, en rasgos generales, no me ha gustado. Y afirmo que no me apetece volver. Creo que la nada será mucho más satisfactoria, aún no existiendo.

Pero, por mucho que yo quiera, este viaje no se acabará hasta que corresponda que así sea. Siendo creyente puede uno decir que cuando Dios quiera. Un ateo dirá que cuando el destino y sus circunstancias lo determinen. Lo cual pienso yo que es lo mismo. Hasta el suicida depende de ambas opiniones. No es él el que decide cuándo muere, bien sea Dios o su destino estaban, de antemano, al corriente de su decisión y de sus consecuencias. Así que a esperar toca, y el que tenga que hacer su trabajo que lo haga, que no es agradable cargarse con labores ajenas, especialmente de tal índole.

Humildemente, esperando no haberte ofendido, te digo un hasta luego, que Tú sabrás cuando será…

Juanma.

 

 Por si alguien desea contactar:

no hay e-mail conocido

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


febrero 2013
MTWTFSS
    123
45678910
11121314151617
18192021222324
25262728