Abandono afectivo, una lacra oculta | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Abandono afectivo, una lacra oculta

 

Este es un tema al que llevo dando vueltas mucho tiempo sin terminar de decidirme a poner blanco sobre negro mis reflexiones al respecto; más que nada porque son éstas producto de lo conocido aquí y allá, de confidencias a medias y muchas lágrimas, de la parte que me toca –porque no se libra nadie- y sobre todo por el cuidado que quiero tener en no echar más leña al fuego o añadir más dolor a quien lo padece porque el abandono afectivo es una situación en la que se encuentran muchísimas personas en esta sociedad; incluso justo al lado sin necesidad de dar grandes saltos en el mapa.

El ser humano sufre por diversos motivos. Unos externos –o circunstanciales- y otros internos, que vienen ya de serie, desde el nacimiento y conforman el temperamento, carácter o personalidad. Así, quienes tengan tendencia a la melancolía serán más proclives que los alegres por naturaleza al reconcomio y autocompasión inefectiva; es decir, más números para la rifa del dolor en el alma. (Sea lo que sea lo que cada uno llame “alma”). Y uno de los principales motivos para sentir dolor “ahí dentro” es sentir la inseguridad en los afectos, tan necesaria para continuar el viaje a Itaca que es la vida.

Todos necesitamos que nos quieran y el que diga que le da lo mismo, o está enfermo del espíritu o miente. El niño necesita el amor y cariño de quienes le cuidan –bien sean sus padres o no- y conforme va creciendo no puede sustraerse a los referentes afectivos, los cuales significan un apoyo crucial para desarrollarse positivamente. Y luego se hace adulto y busca pareja para que le sigan queriendo y se reproduce para que sus hijos también le quieran y así hasta verse a sí mismo en el lecho de muerte rodeado por todos sus “seres queridos” a los que él mismo querrá o no, pero que le harán los coros para sentirse “realizado” en la vida.

En este camino vital que he recorrido en un párrafo y que puede estar compuesto por muchos lustros y muchas piedras, casi nadie espera encontrarse agazapado detrás de un árbol al monstruo del abandono afectivo. Y no hablo únicamente de situaciones extremas de bebés a la puerta de los conventos ni hijos de padres enfermos que no tienen capacidad para cuidar a nadie, ni siquiera a sí mismos, sino del común de los mortales, de gente normal y corriente que anda por la calle bien vestida y mejor alimentada.

Cuando al ser humano le quitan el apoyo afectivo, cuando se le retira el “amor” con el que contaba para su vida cotidiana, todo se tambalea en su interior y comienza una debacle personal que, siendo común a todo abandono y particular en cada individuo, no tiene solución con un “genérico” emocional.

Niños que no reciben el suficiente amor por parte de sus padres porque estos están ocupados en “otros menesteres”; jóvenes que proyectan en el grupo o cuadrilla la necesidad de cariño y de apoyo afectivo que no encuentran en su familia. Adultos que se emparejan buscando “el amor” fuera de sí mismos y que son dejados en la cuneta por sus parejas en otro abandono más terrible todavía. Sin contar a los propios hijos que no sienten necesidad de amar a sus padres completando el círculo vicioso que les dio de mamar.

Añadiendo a este desaguisado afectivo a los amigos que traicionan, y a los compañeros del alma que descubren otros intereses más seductores y se van sin decir prácticamente adiós muy buenas.

He vivido toda mi vida rodeada de abandonos afectivos; los padecidos en propia carne y los de parientes, amigos, vecinos y conocidos varios. No se ha salvado nadie y cuando digo nadie, digo nadie.

Una mujer -que estuvo cercana a mí -que se divorció después de sufrir durante muchos años el abandono afectivo de su marido –que la trataba como a un trapo-, al verse sola (y libre) de nuevo, su única obsesión fue volver a encontrar pareja al precio que fuera, incluso por cualquier medio. Inmune a la reflexión que suscitaba el hecho de haber recuperado su libertad y poder respirar en paz, ocuparse de sus hijos con fuerzas renovadas y, en definitiva, poder ser ella misma por primera vez en su vida, buscó denodadamente otro apoyo afectivo para sentirse segura y superar el síndrome del abandono que había sufrido. No sé si le ha ido bien o ha vuelto a reproducirse el esquema anterior, no le he seguido la pista.

Parejas y parejitas que se han formado y han tirado cohetes durante una buena temporada juntos desaparecen de la noche a la mañana engullidas por una marea de descontento y desamor que deja a uno de ellos tirado en la arena, maltrecho y desnudo de todo sentimiento. Son las rupturas cotidianas, que también esconden un abandono afectivo no menos duro, no menos grave, que el que ha estado refrendado por papeles y firmas e hijos de por medio. Porque al fin y al cabo con lo que se ha jugado es con los sentimientos  –mayormente los ajenos- y siempre quedará por lo menos una víctima.

Cuando dejamos de querer a alguien es parecido a cuando nos dejan de querer a nosotros; que nadie lo celebra con champán.

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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