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Cecilia Casado

A partir de los 50

El derecho a estar triste

 

Los que trabajan de cara al público saben muy bien que sus estados anímicos no pueden siempre exteriorizarse con total libertad; tanto si eres dependienta en una tienda o presentadora en televisión, ya se encargarán –a quien le corresponda- de hacerte saber que lo que te bulla por dentro, que se quede dentro. Nada de dar saltos de alegría ni dejar que las lágrimas te estropeen el maquillaje; las emociones, en casa.

De vez en cuando también a mí me sucede algo parecido; que estoy triste o muy alegre y si lo cuento en el blog se levantan voces haciéndome la ola u ofreciéndome el hombro para llorar, según convenga. Y, quizás por eso, suelo poner últimamente algo más de cuidado en no expresar a través de las letras mi estado anímico, pero sé que cometo un error. Así que me voy a hacer un favor a mí misma y lo voy a dejar salir.

Porque la verdad es que estoy muy triste y los motivos no son nada del otro mundo; es decir, no se me ha muerto una persona amada ni me ha dejado el novio. Es una tristeza mucho más sutil aunque no por ello menos invasiva.

Tampoco sé cómo ha sido que se ha instalado en mí esta emoción tan poco favorecedora para el alma; ha debido de ser sin que yo me diera cuenta, poco a poco y de forma sibilina, habrá encontrado alguna fisura en mi alma y por ahí se habrá colado cualquier madrugada en que yo tenía la guardia baja. Es una sensación como de tener frío cuando la calefacción está a tope, el asalto de un sabor amargo cuando acabas de ingerir un dulce, el golpe de soledad al volver de una fiesta entre amigos, el despertarse en mitad de la noche sin saber bien donde te encuentras.

No, no es estado depresivo ni falta de hormonas; tampoco mala salud ni problemas económicos. Todo funciona aparentemente bien, sin chirridos, pero la tristeza está ahí, en sordina, latente, recurrente.

Intento con la mente escudriñar mi cotidianeidad para marcar con boli rojo el fallo y a duras penas lo encuentro. Vivo bien, vivo tranquila, vivo sola. Que el mundo se tambalee alrededor es un hecho con el que hemos tenido que aprender a convivir, al igual que se amoldaron a las sirenas de los bombardeos quienes padecieron la desgracia inmensa de una guerra. Recuerdo que, hablando con una amiga muy mayor que pasó su adolescencia en el Madrid de 1936 en adelante, me decía que ella lo pasó muy bien “en guerra”. Que llegaron a convertir en un juego bajar al metro a refugiarse en mitad de la noche…

Así que doy en pensar que esta tristeza que me invade forma parte del mundo que me rodea, de la ausencia de valores, de las mentiras, de la falta de honestidad de los políticos, de la rabia colectiva ante el latrocinio, de la desesperación de quienes no tienen suficiente para seguir viviendo como lo hacían antes, de la falta de esperanza en un futuro para nuestros hijos que se tienen que alejar miles de kilómetros para sobrevivir mientras en este país defenestrado por el abuso de poder, el latrocinio y la corrupción, nos quedamos con el timón roto los padres de toda una generación.

Y no me queda más remedio que vivir la tristeza, vivirla porque está ahí, saliendo de su escondite –en el que la he debido de mantener encadenada- y esparciendo su fría sombra sobre mi ánimo. ¡Qué le voy a hacer sino aceptarla como algo mío también!

Es la tristeza de los tiempos, la pena por la ausencia de tantas cosas que antes conformaban la verdad del ser humano, la nostalgia inevitable de que ya nada sea como alguna vez creí que era, el golpetazo de ver el sueño de toda una vida tirado por los suelos por culpa de todas las personas en las que hemos confiado y nos han engañado vilmente para beneficio propio y de los de su camarilla.

La historia describirá estos lustros como una época gris, rastrera y sucia, carente de valores positivos generalizados, donde el ser humano llegó a las más altas cotas de su miseria y donde ni siquiera la sonrisa del gran Groucho nos ha podido servir de alivio. Si viviera, el Marx que a mí me gusta, diría que hasta Dios ha obligado a dimitir a su embajador en la tierra por puro sentido de la vergüenza. O algo así…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


febrero 2013
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