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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Libertad o vida en pareja?

 

Me llama la atención que los dos refranes que conozco –seguro que hay más- en los que se explica que no se puede estar en dos situaciones opuestas a la vez, tengan telón de fondo religioso. “No se puede estar en misa y repicando” y el no menos curioso, “No se puede tener el santo y la limosna”. Precisamente la Iglesia, madre de tantas contradicciones, nos ofrece una vez más un ejemplo perfecto de antinomia.

El tema de hoy se me ha ocurrido a raíz de la carta de una muy querida amiga que, después de años de “ahora sí, ahora no”, se ha decidido a cohabitar con su querido novio. Y lo resume de la siguiente manera: “Me he dado cuenta a una edad demasiado tardía de que la libertad personal está reñida con la convivencia de la pareja, aunque hayamos luchado duramente porque así no fuera. Al final, hay que rendirse a la evidencia. O lo uno o lo otro”.

Cuando leí el párrafo anterior en su larga carta, en la que me ponía al día de sus últimos avatares, un cortante chirrido atravesó mi mente. Acostumbrada a llenarme la boca con los conceptos que estuvieron de moda en los años setenta-ochenta del siglo pasado y que hoy en día no son más que destellos de una utopia pre-democrática a la que estamos volviendo a pasos agigantados –volviendo en cuanto a lo de predemocrático, porque el concepto utopía es demasiado sagrado como para volverlo a meter en el saco de la ausencia de valores en la que estamos inmersos-, mucho me sorprendió la sentencia de mi amiga. Como la carta estaba escrita en francés, pensé que había traducido mal y la volví a leer.

 Pero como la conozco y sé que es una persona equilibrada, muy inteligente y que ha luchado toda su vida sin acomodarse ni venderse al mejor postor –es periodista y escritora de profesión y vocación-, pensé que debía encontrar por mí misma el sentido de su aseveración. Y me puse a pensar, actividad que no por habitual me resulta menos complicada en los últimos tiempos por el “ambiente” de despiste moral e intelectual que nos envuelve sin poderlo remediar, como la niebla en Londres.

 Curiosamente cuando hablamos de “libertad” podemos pensar que todos hablamos de lo mismo, pero no es cierto ni de lejos. Cuando una mujer encerrada en un prostíbulo de carretera piensa en la libertad, no sueña con las alas que echa en falta el ama de casa de marido bien situado que se aburre entre dar instrucciones a la asistenta y soportar la cháchara de la esteticista.

 La libertad de los que estamos “al otro lado de las rejas” suele rebuscar entre los más profundos e íntimos deseos sin parar mientes en las injusticias del mundo, las desigualdades sociales y las carencias básicas. Buscamos la libertad de pensamiento y decisión, mientras que la que le falta a media humanidad es injusta e insoportable. Aunque la soporten.

 Mi amiga se refería, obviamente, a la libertad de entrar y salir, subir y bajar, poner o quitar y hablar o callar sin tener que “rendir cuentas” a la pareja. (Da igual sea hombre o mujer, las parejas funcionan con las misma reglas independientemente del sexo)

 No tener que dar explicaciones de con quién has quedado, a dónde vas después de trabajar, los porqués del deseo intermitente, la elección de soledad de un domingo por la mañana o las ganas de compañía de un sábado por la noche. Cuando se convive bajo el mismo techo no se puede utilizar la vivienda como un hotel en el que uno entra y sale a su antojo sin más obligación que la de no perder la llave…y a veces ni eso. Cuando se convive en pareja hay que andar “pidiendo permiso” o negociando el espacio privado de cada uno y cediendo ante las necesidades/requerimientos del otro en una especie de continua “negociación de convenio”.

 A cambio, y siempre en el contexto de una pareja bien avenida y respetuosa con los mutuos sentimientos, se aleja para siempre el fantasma de la soledad, desaparece la angustia de encontrar con quién compartir las vacaciones, deja de existir la compulsión por comer y comer frente a un televisor con el sonido alto y la moral baja.  También se puede dormir tranquilo porque uno se sabe  protegido ante la enfermedad, las eventualidades y los problemas cotidianos aunque ya no se pueda dormir en diagonal.

Mi amiga habla de la libertad externa, la social, la de repicar las campanas alegremente mientras los demás asisten a misa con recogimiento. Ha tenido que elegir. Y creo que ha elegido bien. El amor bien vale una apuesta…incluso a los sesenta años.

 En fin.

 LaAlquimista

 Foto: Amanda Arruti

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


abril 2013
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