El 25 de Diciembre me puse enferma con uno de esos típicos “trancazos” propios de fechas invernales, aunque yo siempre mantengo que mi cuerpo es sabio y es su forma peculiar de protestar contra abusos e imposiciones (abuso es tener que pagar el doble los alimentos e imposición tener que celebrar la fiesta religioso-pagana por excelencia con alguna persona que no te quiere pero que se acerca hasta tu mesa por no quedarse sola), así que me tiré hasta el día 30 arrastrada por los pasillos y quejicosa entre las sábanas. El 31 me fui a la peluquería a recomponer la melena (y las ideas, reubicándome en este mundo falaz leyendo la prensa rosa), hice dos horas de cola para comprar marisco con lo que me había tocado en la Lotería del día 22 y celebré con mis hijas el cambio de año a base de cohetes, fuegos, risas y mucho amor. Completé el cuadro regando la madrugada con algo de alcohol y la compañía de un buen amigo que no intenta meterme mano cuando se me va la ídem.
Nuevo año, peeling facial y de los otros, sábanas limpias, ventanas abiertas y el corazón dispuesto y disponible. A veces una siente que el viento viene de popa sin haber consultado la predicción meteorológica. No obstante, hay cosas que no cambian y una de ellas es la insoportable Ley de Murphy. El día 1, justo después del fastuoso banquete de Año Nuevo –que en mi casa consiste en caldo levantamuertos y huevos fritos con puntillas y patatas de las gordas con ajos fritos- entró (supongo que por el correo electrónico) un virus en forma de gusano que tumbó al primer asalto a mi hija pequeña. ZAS. Inoperativo todo su sistema durante dos días. Yo, que soy su mami amantísima y me creo que sé mucho más que ella, la cuidé lo mejor que pude a base de abrazos, suaves canciones y mucha agua con sales minerales y conforme ella se iba poniendo mejor servidora se iba poniendo peor, de tal forma y manera que nos pasamos delicadamente el testigo y fue ella la que ayer, lunes, me tuvo rodeada de mimos y caldo de verduras.
Todo esto significa algo, estoy segura. Un aviso a navegantes o quizás es que hay alguna sombra extraña que me acecha, así que cierro el chiringuito y me voy (nos vamos) a otros aires más “sanos” durante lo que queda de semana. Ligera de equipaje, he decidido que lo imprescindible es únicamente lo que cabe en la bolsa de viaje roja (la pequeña). Así que dejo el blog en la cocina, de cara a la luz, junto con mis queridas plantas, con suficiente agua en el platillo de abajo como para que aguante unos días sin secarse. (Eso espero).
No me voy demasiado lejos, pero sí lo suficiente como para sentir que mis pulmones (y mi alma) van a apreciar el cambio de aires. Con cariñosa compañía, a ver un par de exposiciones muy interesantes y caras nuevas; a cumplir con el rito de la comida con viejas amigas de otra ciudad y pasear por la orilla del mar –del mismo y distinto mar- cantando por lo bajini las canciones que me gustan.
Guardadme el sitio, por favor, que mi intención es volver. No me llevo el ordenador (porque no cabe en la bolsa roja), pero os llevo a todos en el huequecillo que hay en la esquina izquierda de mi corazón.
Sed buenos (o malos, que es más divertido) y escribid(me) algo, que me hará feliz.
Abrazos con aire de libertad.
Alqui.