Esta historiqueta iba a contarla en tercera persona, como un narrador omnisciente pero, pensándolo bien, a quién quiero engañar, si me ocurrió a mí misma en persona personalmente, justo el día de ayer.
Pues resulta que estaba en la playa de mi mar azul, pertrechada ad hoc, es decir, con una especie de burka occidental (tapada hasta el trigémino por aquello de los rayos ultravioletas con quienes libro una guerra sin cuartel), sentada en mi silla de leer, (Sue Grafton, algo liviano) bajo la sombrilla de dar sombra, con mi pamela modelo Ascot, tan feliz yo, sin molestar a nadie.
De repente, un pequeño remolino de arena me obligó a levantar la vista del capítulo cinco, el aire estancado, un grito ahogado me devolvió al presente y, todo esto en un milisegundo, me encontré con un inmigrante africano (por el color inconfundible) tumbado a mis pies, agazapado más bien, con la cara cuasi enterrada entre la arena y las piernas (las mías).
El susto, obviamente, fue morrocotudo. La adrenalina se me disparó recordándome –afortunadamente- que formo parte de la especie animal –en esos momentos, tan sólo animal-; pegué un salto hacia atrás, pero como estaba sentada la silla requebró, dobló sus patas traseras y me quedé en suspenso en el aire el tiempo suficiente para prepararme a la costalada que me esperaba.
Indigna postura la mía, una lady como yo, en una especie de ‘patasarriba’ con un hombre arrastrado a su vez junto a mí, balbuciendo, “no mover, policía, policía”, mientras dos docenas de gafas armani y dolche y gavana se esparcían por doquier. Y yo allí, sin moverme, con toda la responsabilidad del destino de un ser humano a mis pies.
Mientras, por el paseo, una pareja de municipales –chaleco fosforito, casco preceptivo- pedaleaba sin mayor intención de hacer redada alguna, pensando, quizás, en cuánto faltaría para acabar el turno, como si ellos estuvieran allí para desfacer los entuertos que otros habían propiciado.
El buen hombre negro (odio los eufemismos), me quería regalar una preciosa billetera de luis buitón que rechacé porque no soy nada ostentosa. Luego, deshaciéndose en palabras que supuse agradecidas (no diferencio entre suahili y wólof) recuperó su postura de vendedor ambulante ilegal y siguió recorriendo la playa ofreciendo su mercancía ilegal. Yo me sacudí la arena y el susto y me quedé pensando.
En fin.
LaAlquimista.
Foto: 20minutos.es