Que no podemos caer bien a todo el mundo, eso es fácil de entender, sobre todo por la cantidad de personas que nos caen mal a nosotros. Las afinidades, las simpatías son, a veces, veleidosas, juegan con sus propias reglas y es sorprendente cómo individuos que en su conjunto nos producen un profundo rechazo, individual y excepcionalmente, nos caen de maravilla.
Nuestra mente, entonces, establece una especie de baremo que nos acompaña a sol y sombra, vamos, que el prejuicio está servido. Pero nos da una cierta seguridad pensar así, nos hace caminar pisando un poco más fuerte. Hasta que nos tropezamos y nos damos la bofetada.
Porque esa elección que hacemos nosotros, también la hacen los demás y cuando somos mirados con lupa, analizados, juzgados y –oh dios- condenados a la más burda de las indiferencias, entonces todas nuestras teorías dejan de tener consistencia y comienza el crujir y rechinar de dientes. ¿Por qué ya no le caigo bien a la amiga de toda la vida? ¿Por qué se ha distanciado el compañero que yo creía tan seguro? ¿Dónde está la familia que ya sólo me habla por Navidad?
Si ponemos en fila todos los pequeños abandonos afectivos que sufrimos y delante colocamos –como generales para la batalla- los grandes, los que importan de verdad, se forma un ejército de tristes amores viejos que sale a guerrear por las noches de nuestro inconsciente. Y para que duela menos, para que la autoestima no se derrumbe, para poder seguir sonriendo, pensamos: “Estoy mejor sin ti”.
Y rebuscamos en la memoria el último libro de autoayuda leído –aunque sea hace años- porque recordamos un párrafo que decía algo así como “no podemos querer a todo el mundo de la misma manera que no todo el mundo puede querernos a nosotros” y respiramos aliviados al comprender y empezar a aceptar que el hermano que te da la espalda, el novio que ya no te quiere ver, la amiga que ya no te llama, están haciendo lo que cree que más le conviene y, esa decisión, no tiene nada que ver con que nosotros seamos dignos de amor o no.
Entonces, después de haber llorado hasta hartarse, es cuando uno se queda limpio y tranquilo y siente en su corazón que, pese a todo, cuando alguien no nos quiere es válido decir: “Estoy mejor sin ti”. Y seguir adelante con los otros amores que llenan nuestra vida.
En fin.
LaAlquimista