Paseos con mi perro. "¿Por qué somos tan hoscos?" | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Paseos con mi perro. “¿Por qué somos tan hoscos?”

 

Antes de adoptar a Elur –mi precioso bichón maltés- no era amiga de los perros. De hecho, los únicos animales que me habían gustado alguna vez fueron los que vi desde lejos en un safari fotográfico y, por supuesto, los racionales, pero de dos patas. Los perros, ni fú ni fa y menos lo que me parecía asquerosa costumbre de olisquearse mutuamente la popa.

En realidad, la ignorancia es muy atrevida y lo he podido comprobar –una vez más- en mis propias neuronas; los perros utilizan el olfato para re-conocerse ya que de la vista no están especialmente bien dotados. Se huelen y…ya saben si les cae bien o mal el perro o la perra que tienen al lado. No hacen juicios de valor ni elucubraciones interesadas: simplemente se gruñen, juegan o se alejan.

Los humanos también nos “olemos” aunque no nos olisqueemos. Los humanos nos miramos y a veces nos vemos y otras veces ni siquiera eso; y me explico.

Juega-jugando se me ocurrió el otro día, durante el largo paseo del mediodía con mi perro, que yo también podría acercarme a otros congéneres y amagar acercamientos como hace Elur con quienes “le caen bien”, que suelen ser perros de su tamaño –a los grandes los rehúye o les ladra directamente-, aunque tiene bastante “manía” a todo tipo de bulldogs y a los que son más pequeños que él, tampoco les hace caso, creo que lo que intenta es ser “primus inter pares”.

Pero a lo que voy. Yo también empecé a fijarme en los seres humanos “de mi tamaño” –más o menos y signifique eso lo que signifique-, machos mejor que hembras aunque no necesariamente y a los que encontraba relativamente “receptivos”, entendiendo como tal una tácita “invitación” al saludo, a la conversación quizás…

Como la gente que atraviesa el parque lo hace a paso de recluta maniobrando no es cuestión de parar a nadie como si quisiera vender algo o preguntar la hora porque la iglesia de al lado nos va avisando cada cuarto de hora del paso ineluctable del tiempo. Los que están sentados en los bancos –cuando el solecito lo permite- o están con los ojos cerrados, soñando, cargando baterías, o están enfrascados en conversaciones que deben de ser frustrantes porque casi siempre hablan todos a la vez.

Así que se me va reduciendo el espectro para luego confeccionar mi particular estadística. Algunas madres con cochecitos de bebé, algunos abuelos o abuelas con carritos de más bebés, los parados no los veo en el parque, será que no les cuadra estar disfrutando del tiempo externo por la angustia interna. Miro los rostros e intento encontrar alguno que me invite al acercamiento; una sonrisa sencilla, sin pretensiones, una imaginada predisposición a pegar la hebra conmigo durante un rato, alguien con quien compartir unos minutos de tantos como desperdiciamos al cabo del día…

Hay bastantes rostros hoscos, poco relajados y nada invitadores a la toma de contacto. Otros son manifiestamente serios, presentan el gesto que dice “Propiedad privada” o “Cerrado”. Busco la sonrisa, la busco…

Mientras tanto Elur me pega tirones de la correa para que lo suelte; ha encontrado un congener de su tamaño y quiere jugar con él. Al instante liberador, ya se están revolcando por la hierba –luego tendré un perro verde- mordisqueando en bromas, ladrándose en palabras amables, compartiendo la vida perruna que tienen para compartir.

Tomo conciencia de mi propio rostro –sonriente-, de mi aire distendido, y envío ondas de atracción a las cuatro esquinas del parque. Deambulo entre los bancos repletos –hoy hace una temperatura muy agradable al sol-, reparto sonrisas a los desconocidos y algún que otro saludo sin compromiso a los que van con perro como yo.

Me miran y les miro: nos miramos.

Para comer tenía lentejas. Viudas, como no podía ser de otra manera…

En fin.

LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


diciembre 2013
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