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Cecilia Casado

A partir de los 50

Sociabilidad. ¿Una capacidad que se atrofia con la edad?

Es este un tema muy peliagudo para todos aquellos que vamos contando los años vividos por decenios y los que suponemos nos quedan por vivir de uno en uno. Con el deterioro irreversible del organismo, junto con el cansancio emocional y el peso de la experiencia en la mochila, se va cambiando –queriendo o sin querer-, las costumbres sociales se adecuan al discurso que envían desde fuera (personas mayores con sopitas en casa y calentitas) o por un egoismo absurdo de creer que “yo ya no voy a cambiar” y  ponerse a hibernar para los restos.

Que hay menos aguante a la hora de estar de juerga es lógico y normal; todos sabemos que para sobrellevar “la noche”, a partir de cierta edad, o le metes alcohol u otras sustancias; imposible de manera natural como hacíamos en la juventud. Que ya se ha visto mucho mundo y ahora da pereza patear aeropuertos también es comprensible. De la misma manera, se duerme menos (muchísimo menos que los jóvenes) y cuando se va el sol apetece más el sofá que la barra del bar.

Pero de ahí a lo que observo están haciendo algunos grupos de individuos a mi alrededor va un abismo. Un abismo al que no quiero ni pienso asomarme así viva cien años (que todo se andará).

Supongo que todo lo que voy a relatar está producido por algo parecido al miedo, pero no estaría yo tan segura. Cuando he preguntado me han mirado con cara rara o, simplemente, han contestado dándole la vuelta a la tortilla y encarando la forma que yo tengo de vivir a la que ellos han elegido, lo que me ha hecho perder la partida antes incluso de disponer las fichas sobre el tablero.

Sociabilidad: cualidad de sociable. Inclinación natural al trato de las personas o que gusta de ello. Parece ser que esta cualidad del individuo de la especie se modifica con la edad, empeora si había poca y se enquista si es impuesta. Es decir: a más vieja la persona, menos ganas de estar con nadie.

Esto ocurre ANTES de la SOLEDAD impuesta, qué duda cabe, nadie es tan tonto de ponerse piedras al cuello al borde de un abismo, esto ocurre en personas que TODAVÍA están bien de salud, con fuerzas y ganas de disfrutar de la vida, pero que reniegan de hacer –de seguir haciendo- el mínimo esfuerzo necesario por conservar los amigos, los afectos, las costumbres compartidas.

Se juntan algunos amigos los miércoles para ir al cine y luego corriendo cada uno a su casa. En vez de celebrar una efeméride en un restaurante se aduce que ya no se puede comer esto o lo otro y así se quedan en casa que –dicen- es donde mejor se come. Cuando llega el buen tiempo apetece estirar las piernas con una buena caminata, pero ya deciden que “mejor solos”, por aquello de no tener que aguantar la cháchara de los otros jubilados. Y así se van quedando solos, aislados, en su casa-capullo, con la calefacción a tope y la tele encendida mucho rato. Los hijos les molestan y ya no quieren hacer comidas los domingos con ellos porque les ofrecen manjares que para ellos ya no lo son, o les “roban” la hora de la siesta –que sigue siendo sagrada-; el teléfono móvil lo llevan de adorno porque apenas lo miran (casi siempre es un aparato obsoleto para todo menos para recibir llamadas) y quieren que “les dejen en paz”.

Eso ocurre mientras se valen por sí mismos, mientras pueden seguir subiendo las escaleras hasta el cuarto piso –ya no se acuerdan de que votaron en contra de la instalación del ascensor-, mientras van por su propio pie al ambulatorio y a la farmacia a por las diversas pastillas que ya tienen que tomar: colesterol, ácido úrico, tensión alta, ansiolíticos, somníferos y protectores de estómago. Sin contar la próstata o los ovarios, claro está.

Se van haciendo insociables, raritos para su familia y amigos (pronto ex amigos), viven en la comodidad de ducharse cada dos o tres días y salir a la calle (a hacer la compra mínima) con la misma ropa toda la semana. Comen lo que pillan (casi siempre lo más barato) y se sienten casi felices; solos y felices. 

Luego pasa lo que pasa –el tiempo- y todo son peticiones de ayuda, reproches e historias viejas. A mí es que no me dan ninguna pena, la verdad…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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