“Querida Lola:

Según empiezo a escribir esta carta me asalta la idea de que no te la voy a enviar; digamos que la voy a escribir para mí misma, para sacar de mi interior ese pequeño ruido que me incomoda cada vez que me dejo sentir y tomo conciencia de cuál es el derrotero que ha tomado nuestra amistad.

Me doy perfecta cuenta de que lo que me viene a la mente, al ponerlo en palabras se convertirá en lo más parecido a un reproche y es por ello que lo guardaré, sin hacértelo llegar, porque los reproches no sirven ni al que los hace ni al que los recibe, se quedan en esa tierra de nadie donde tantos amores mueren.

Somos amigas desde hace varios años y, aparte de algún pequeño encontronazo dialéctico, no ha habido entre nosotras más que buenas vibraciones y cariño a borbotones. Sabemos que podemos contar la una con la otra –y así lo hemos demostrado- cada vez que la vida nos ha zarandeado y hemos necesitado apoyo emocional, la mano tendida, el cariño cierto.

De ti no puedo hacer otra cosa que hablar bien, con admiración incluso, y dormir cada noche sabiendo que estás ahí, que formas parte de las personas importantes de mi vida y que valoro tanto tu amistad que estoy dispuesta a realizar el esfuerzo necesario para no perderla.

Es por eso, por lo que no te enviaré esta carta, después de lo que te tengo que decir; palabras que saldrán de mí urgidas por la necesidad del alivio emocional y que cumplirán su función sin convertirse en alfileres que puedan pincharte e incomodarte.

Ayer mismo, en nuestra última conversación telefónica, cuando te invité a mi casa para compartir una cena y me dijiste que ya tenías otro compromiso, me atravesó un latigazo de incomodidad.

Y no es porque yo no acepte que tus prioridades las gestiones tú a tu criterio, sino porque tu respuesta, tu negativa, me puso frente a una verdad incuestionable: que soy SIEMPRE yo la que te ofrece planes, salidas, eventos, invitaciones, quedando tú en la confortable posición de aceptarlos o agradecerlos y rechazarlos.

Seguramente he sido yo misma la que ha marcado esta pauta a lo largo de los años puesto que soy persona de llamar mucho a mis amigos, de organizar reuniones, de aglutinar a la gente, de inventar excusas para celebrar la vida.

Y no espero ser correspondida con la misma moneda puesto que acepto la manera de ser de los demás al igual que espero que se admitan mis peculiaridades; es decir, yo soy como soy porque quiero y debo serlo. Ahí termina todo, no valen reproches ni exigencias ni argumentos variopintos.

Sin embargo estoy un poco triste. Porque ayer mismo, cuando rechazaste mi invitación, me di cuenta de que estaba esperando de ti algo que no me podías dar y que no tengo ningún derecho a pedirte. Que si en una relación uno canta mientras el otro baila puede ocurrir que no siempre se lleve el mismo compás y acaben, cada uno por su lado, cantando y bailando en solitario.

He hecho memoria y no he conseguido recordar cuándo fue la última vez que TÚ me llamaste para requerir mi compañía. Demasiado tiempo. Demasiada comodidad.

Como siempre me dices que me enfurruño cuando las cosas no salen como yo quiero, esta vez me callo, reflexiono y dejo las cosas como están, sin intentar cambiarlas. Sin esperar que seas tú la que me llame algún día…pero sintiendo que ya no tengo demasiadas ganas de volver a hacerlo yo.

En fin.”

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Cartas que nunca envié. (1) “Al amigo recién divorciado”