O Satori en silencio y soledad. Los occidentales también podemos llegar a una especie de catarsis que nos precipita dulcemente en la iluminación incluso sin llegar a proponérnoslo. Los maestros Zen, los seguidores de Buda, los profesionales de toda la vida en estos menesteres saben de la dificultad, la preparación, la entrega previa a ese momento único de “comprensión” que es el Satori.
Pero a veces, con una situación creada inconscientemente e incluso por casualidad, se puede acceder a ese estado místico, único, de paz interior absoluta. Puede que sea tan sólo un relámpago, pero es suficiente. Quizás no le hayamos llamado Satori, pero lo era, como algunos no llaman amor a lo que sienten porque no saben. También puede ocurrir como relajación después de un estado de extremada tensión, una descarga fortísima a la vez que breve, pero suficiente para identificarla.
Esto es todo lo que, intelectualmente, sé del Satori: la teoría, la lección elemental y básica. Y porque quería ponerle nombre a lo que voy sintiendo en pequeños destellos desde hace algunos días, ya que está en mi natural saborear emociones y sentimientos: una soledad deseada, buscada y conseguida; un silencio que viene de dentro y se expande como si fuera mi aliento, un entorno que favorece el bucolismo y la ausencia de problemas. (Igual tengo alguno por ahí, pero en este momento no me acuerdo).
Aprovechando las circunstancias para trabajar a mi favor, para el equipo formado conmigo misma, un regalo que me tenía prometido desde hacía mucho tiempo y que no veía el momento de ofrecerme.
Ahora es; ahora soy. Nada me sobra, nada me falta. (Como dice el Salmo 23).
En fin.
LaAlquimista.