Cuando dejé de fumar (hace nueve años dos meses y seis días), para acicatearme ante el trabajo hercúleo que se me avecinaba, me compré una hucha de barro con forma de cerdito (grande) para ir metiendo en ella, día a día, las monedas no empleadas en nicotina y alquitrán. Al cabo del tiempo (menos de un año) cuando el gorrino se llenó, le dimos matarile y nos fuimos una semana a Estambul.
Desde hace un tiempo –más o menos año y pico- estoy haciendo algo similar con el dinero que me ahorro en botica. (Léase medicamentos para los que no son de aquí). Me explico. Me duele algo –a todos nos duele algo a partir de los 50 un día con otro- y voy al médico –hay que ir, no se puede jugar a estas edades. Y siempre acabamos igual el médico y yo; jugando al gato y al ratón con aquello de que son cosas de la edad, el desgaste general y tal y cual.
Y te prescriben algo; parece que si no sales del Ambulatorio con un par de recetas debajo del brazo no te sientes realizada (tú y el profesional sanitario de turno). Bueno, el caso es que, directamente, calculo el precio del compuesto en cuestión y me lo guardo en la hucha. Me digo a mí misma, que mejor gastar en cosa rica que en botica y voy haciendo montoncito.
Por supuesto que no intento frivolizar la enfermedad y los procesos traumáticos del cuerpo y del alma… es que se me ha ocurrido esto porque a la mañana he vuelto a ir a un centro sanitario pensando en que me iba a tocar algún proceso tedioso (y caro, porque siempre me tocan medicamentos “compuestos” de esos que no cubre el seguro) y como me han dicho que no, que tengo cuerda para rato he hecho un cálculo rápido de lo que me ahorraré entre angustias y medicación y…me voy de fiesta por ahí.
Que hay que celebrar que no te haya pillado el coche cuando pasabas en rojo el semáforo.
En fin.
LaAlquimista