No nos engañemos, tener trabajo hoy en día no es lo mismo que en el último tercio del siglo pasado. Aquellos fueron tiempos en los que había una cosa que se llamaba “contrato social” y dos equipos que jugaban en el campo laboral: la patronal y los trabajadores. A veces el árbitro estaba comprado (demasiadas veces) y otras los representantes de los “currelas” –llamados sindicatos- también se vendían sin darse cuenta (o dándosela) y lamían la mano del amo que les daba de comer (a ellos).
Pero hoy en día las cosas han cambiado muchísimo; ahora ya no se lucha –ni se suspira- por un Contrato de Trabajo, sino por un empleo como sea, mal pagado, precario o incluso cobrando una miseria y, ¡pásmese usted! incluso se trabaja sin cobrar como en los mejores tiempos de Kunta Kinte, que a ése por lo menos le daban cobijo y comida además de los latigazos (que ahora son morales, pero no duelen menos).
Y la gente espabila, faltaría más, la picaresca no acabó con el Lazarillo sino que está bien presente en la sociedad actual y si a las personas que son explotadas y engañadas en su trabajo a la hora de pagarles un sueldo de porquería se les ocurriera u ocurriese tomarse su pequeña justicia por su mano… ¿quién se lo reprocharía?
Aplicar aquello tan viejo de “me engañarás en el sueldo, pero en el trabajo no”, traducido en tocarse las narices una buena parte de la jornada laboral –internet, whatsapp, facebook, prensa, bocata, mirar a las musarañas- sobre todo cuando el jefe no está o mira para otro lado. Traducido en abandonar el puesto de trabajo para ir a hacer la compra para casa, tomarse el cafelito o el pintxo de media mañana durante media hora larga, realizar gestiones personales aprovechando que pasamos cerca de la oficina correspondiente, llevar el coche al taller a cambiarle el aceite y –esto lo he visto yo- ir a cortarse el pelo a media mañana.
¡Es que no hay derecho que paguen la hora de trabajo a cinco euros impuestos aparte! ¡Algo hay que hacer para no sentirse explotados y apaleados!
En otros tiempos se estilaba mucho “la baja del lunes por indisposición”, o salir a hacer gestiones personales con permiso especial para “asuntos propios” –los funcionarios son aparte, nunca lo he sido y no puedo hablar de lo que no conozco más que de oídas, a ver si voy a criticar y meto la pata-. Ir al médico SIEMPRE en horas de trabajo –como si las consultas no existieran a otras horas-y echar raíces ante la máquina del café con los coleguis de la misma planta o departamento. Dos cafés al día a quince minutos cada uno, hace media hora. ¡Y no hablemos del cigarrito para el que hay que salir a la calle o al patio! Tres o cuatro al día –como mínimo- a siete minutos cada uno suman casi otra media hora más de “vóbilis”.
No he inventado la pólvora, soy consciente, y si hablo de lo que se hacía en los tiempos en los que los Convenios Colectivos todavía estaban mínimamente a favor del trabajador y no como ahora que son sentencias terribles, ya no sé qué voy a decir de lo que tendrá que hacer ahora un trabajador serio que no quiera permitir que su dignidad se vea pisoteada trabajando dando lo mejor de sí mismo y recibiendo a cambio lo peor del otro, es decir, las migajas que le caen del bolsillo…
Aunque parezca que estoy haciendo apología de la rebelión laboral… ¡es cierto, claro que es cierto! Que todos los seres humanos tenemos la misma dignidad y no es de recibo que anden ahora encadenados muchísimos de ellos a unos trabajos mal pagados y, para colmo, tengan que pedir permiso para ir al baño (o poco menos).
A ver si espabilamos…
En fin.
LaAlquimista
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