Tema recurrente. El miedo a la soledad. | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Tema recurrente. El miedo a la soledad.

Hace diez o doce años me veía obligada a hablar de este tema en primera persona puesto que era un caballo de batalla cuyas riendas no había aprendido todavía a gestionar. La educación recibida, el entorno social, la presión insidiosa, me llevaron durante mucho tiempo a temer el hecho de vivir sola. Y no me refiero a “sola ante la vida” o “sola ante el peligro”, sino por haberme convertido en lo que hoy se llama una “single” y antes de los eufemismos se decía “una mujer sin pareja”.

Una mujer sin pareja, que no dependiente, una mujer sola pero nunca solitaria; sola por preferir estarlo a ubicarme mal acompañada, sola por mantener la dignidad de no aceptar “un matrimonio o pareja que no funciona pero que todavía aparenta” y no agachar la cabeza, sola por desear mejor compañía que la que tenía. Y sola también, por no “tragar” con la infidelidad socialmente aceptada -sobre todo por la mujer- que lleva implícita cerrar los ojos y hacer como que no te enteras de nada o, lo que es peor, aceptar las migajas que caen de la mesa donde están los manjares que ya no están a tu alcance.

Comprendí que para llenar hay primero que vaciar, que no caben en el mismo vaso líquidos que no se pueden mezclar, comprendí que no se puede hacer una tortilla sin cascar los huevos y de esa manera me lancé –una vez más- al campo abierto de la soledad doméstica.

Porque, fijémonos bien, lo que parece que da miedo de verdad es el hecho de llegar a casa del trabajo y no encontrar a nadie que haga ruido o hable –aunque se digan tonterías o palabras molestas-, y ese silencio denso, plomizo a veces, da tanto miedo que o se enciende la tele a todo volumen o se sigue aguantando la el arrastre de la vida en común con alguien con quien hace mucho se dejó de hablar de amor.

¿Cómo afrontar la soledad después de una separación? Ésta parece ser la pregunta del millón a tenor de tantas consultas, cartas y comentarios que voy recibiendo o recogiendo de aquí y de allá.

Y yo contesto siempre a la pregunta con otra no menos acertada aunque parezca capciosa: ¿Para qué necesitas a ESA   persona a tu lado?

Metiendo el dedo en el ojo se consigue que parpadeemos, que despertemos y comencemos a pensar que hay un problema molesto cuya solución no debe ser dilatada por más tiempo.

No pocas parejas, no pocas relaciones se mantienen en el tiempo –un absurdo y larguísimo tiempo- mucho después de que el amor haya desaparecido del dormitorio y no quede más que un “cariño de toda la vida” por la persona con la que se comparte tarjeta en el buzón del portal. En muchas ocasiones la gente no se separa porque tiene miedo de la soledad, miedo de no tener a quien recurrir para que le lleven a urgencias si una noche se ponen enfermos; miedo de saber que pase lo que pase, no podrán contar con UNA persona en concreto…pero…¡hay tantas más en este mundo…!

También “lo social” es una losa pesadísima. ¡Cómo conviene tener con quien ir al cine, al teatro, a tomar un helado después de ver los fuegos! ¿Qué dirán los familiares si acudimos en número impar a los eventos de obligada comparecencia? ¿Qué explicación les daremos? ¿Qué pensarán de nosotros? ¿Y en el trabajo? Si eres hombre pensarán algo malo y si eres mujer puede que incluso piensen algo peor…

¿Y el dinero? ¿Llegaré a fin de mes teniendo que pagar individualmente el alquiler o la hipoteca? ¿No es verdad que todo sale más caro si vamos solos? Las paellas valencianas son “mínimo dos raciones”, los viajes en grupo llevan suplemento habitación individual, en los bailes de los hoteles habrá que bailar con personal del servicio de animación y ¿a quién le pediremos que nos dé crema solar en la espalda?

Y ya no digamos los pequeños desaguisados domésticos: que si la cisterna del váter, que si la conexión de la parabólica, que si el bajo del pantalón que hay que acortar y el botón de la camisa que coser. Lo aburrido y poco agradecido que es cocinar para uno solo y lo caro que sale comer en el bar. Dónde está la gracia de dar un paseo el sábado por la tarde entre la muchedumbre emparejada, dónde quedó el gusto y el regusto de hablar de la parienta si ya no hay parienta ni poner a parir al marido si ya no hay marido que echarse a la boca.

Así que aunque ya no se practique el sexo como no sea intentando fastidiar al otro, así que aunque ya se duerma con el enemigo, sigue siendo un enemigo que sirve para algo, para evitar enfrentarse a la soledad vivida como fracaso en vez de la soledad conseguida como logro digno e individual.

La soledad es como el monstruo ese que les sale a los niños en la oscuridad del tren chu-chú; ese que da un escobazo pero que, en realidad, no es más que un trabajador disfrazado que no tiene sentido ni intención de hacer daño ni meter miedo. Todo está en la imaginación, en el decorado truculento, en lo que cuentan que pasa ahí dentro donde todo está oscuro y hay demonios…

Vivir solo no significa estar solo en la vida; vivir solo no es lo mismo que vivir en soledad. Y en no pocas ocasiones la palabra “soledad” se puede permutar por la palabra “dignidad”. Me consta.

En fin.

laAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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