Creí que aguantaría Julio y Agosto al pie del cañón, como otros años. Que el “veranito” donostiarra me iba a resultar propicio, agradable y beneficioso. Que, como casi siempre desde hace veinte años, pasaría los calores de julio y agosto perdida por los espacios verdes de mi ciudad, buscando pájaros y olvidando ruidos.
Pero no ha sido posible; tiro la toalla antes de llegar al final, abandono el asfalto y le digo a mi coche rojo que me saque de aquí… ¿Adónde? Al silencio, al silencio…
¿Qué hemos hecho los vecinos de cualquier barrio para soportar tanto ruido? ¿Qué hemos hecho los habitantes de la hermosa ciudad para convertirla en un hormiguero frenético y desagradable?
Ruido, ruido y más ruido. Estruendo del vial de salida de la ciudad con vehículos que se burlan miserablemente de la limitación de velocidad a 50 kms./hora. Broncas de madrugada todas las noches sin omitir ni una sola. ¡Hasta la iglesia del barrio hace repicar sus campanas en un desaguisado musical que hasta ahora se había evitado!
No ha habido ni una sola noche –ni una sola- en que haya podido conciliar el sueño antes de la una de la mañana y ni una mañana en que no haya presenciado el alba al son del tren madrugador y la sirena de una fábrica que, a las seis en punto de la mañana –caiga quien caiga- lanza sus decibelios impertinentes para despertar a todo el barrio.
Bien es cierto que he podido hacer varias “escapadas” de fin de semana a espacios boscosos y naturales cercanos; bien es cierto que tengo tapones de silicona por si la desesperación me aboca a un límite incierto. Pero también tengo que reconocer que nada me impide largarme con viento fresco (y tan fresco) de este enjambre en el que no soy ni “trabajadora ni zángana”.
Una semana, justo una semana (hasta el 2 de Septiembre) en la que mi ordenador portátil va a dormir el sueño de los justos. Ahora que los demás vuelven de sus vacaciones bien ganadas, yo me voy a las mías bien merecidas.
Inauguraré el mes de Septiembre desde otra ventana diferente con otra brisa y otra luz. Es lo que tiene la libertad, que su puerta se abre y se cierra desde lo más profundo de uno mismo… Es la mayor ventaja de ser no-dependiente, que puedo disponer de mi vida sin restricciones ni cortapisas algo que, durante cincuenta y pico de años no pude hacer por estar atada a mil obligaciones…
Gracias por estar ahí ahora…¡y cuando vuelva!
En fin.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar: