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Cecilia Casado

A partir de los 50

Los cines que marcaron mi vida

 

El otro día mi madre y yo hicimos un ejercicio compartido de memoria – y casi gana ella- pasando revista a los cines que habíamos conocido en San Sebastián. Empezamos a “peinar” la ciudad por barrios, mezclando épocas y estilos –obviamente- y contabilizamos un momento en el que hubo dieciséis salas públicas de proyección en la ciudad. (En los años 60 del siglo XX)

Lo comparto, es nostalgia de la buena y me falta algún nombre que espero que algún lector pueda aportar.

El Kursaal (1) lo conoció ella en todo su esplendor y yo únicamente como sala de Arte y ensayo “Inesa de Gaxen”, la heroína vasca acusada injustamente de brujería, sala donde se proyectó la famosa “Helga”, con el primer parto filmado explícitamente y que hizo salir a medio San Sebastián con la boca abierto y al otro medio con las tripas revueltas.

En Gros estaba –y resiste- el cine Trueba, (2) que toma ahora el nombre de la calle que lo alberga -ya que antes se entraba por Miracruz- y que tenía “precios populares” y al que me prohibieron mis padres ir taxativamente por las broncas que se generaban en su “gallinero”.

En la calle San Francisco durante unos años pudimos disfrutar del cine Savoy,(3) pero ahí ya íbamos en los años de la “apertura” porque las películas eran pelín subiditas de tono en fondo y forma; menos años duró el Dunixi (4) de Eguia, cine de reestreno, cine de barrio al que asistí únicamente cuando tuve un noviete que vivía en Virgen del Carmen. Así que fueron cuatro los cines que estaban en “la rive gauche” según se mira desde el mar.

 

Al otro lado del Urumea el mítico y hermoso Teatro Victoria Eugenia (5) que pasó a ser cine en los años de mi adolescencia y al que no nos acercábamos demasiado porque era caro y “de mayores”. Allí asistí a mi primer concierto de música clásica a la edad de dieciséis años y nunca se lo agradeceré suficiente al chico que me invitó a un “plan diferente” para conquistarme de forma inhabitual en la época.

Siguiendo la línea del mar nos adentrábamos en “lo Viejo” y en la calle Miramar (6) floreció el cine del mismo nombre, un cine nuevecito, de películas de estreno, al que se iba después o antes de tomarse unos pintxos o bocatas en el barrio. No fue un buen negocio, había ya demasiados cines en la zona…

Pero antes de este ya existía el hoy convertido en multicine, Teatro del Príncipe (7)–no sé a qué príncipe se refería- que ofreció los primeros conciertos de los ochenta; allí escuché a Pablo Milanés y tantos otros cantautores de la época…¡Qué recuerdos! Una de las peculiaridades de este cine/teatro era que, de vez en cuando, sufría los embates del mar y ocurrían cosas como la que se muestra en la fotografía.

Siguiendo en la parte vieja, en la calle Mayor, pegaditos uno al otro el mítico “Petit Casino” (8) y el no menos famoso y duradero Teatro Principal (9).

 El primero se convirtió hace ya muchos años en lugar de juegos (“pequeño casino”, fiel al nombre) y en el Principal seguimos disfrutando de obras de teatro y proyecciones diversas. En este cine se fraguó mi primer gran amor haciendo manitas y viendo (a ratos) una película triste, horrible y dolorosa: “El manantial de la doncella”, pero fiel a su director que fue todo un icono de mi generación: Bergman.

En dirección al Centro, en la calle Garibay acudí cien veces al cine Novedades (10) porque estaba en medio del famoso “tontódromo” de los años 60 y allí se ligaba muchísimo…a la hora de hacer la cola para las entradas porque dentro había un cancerbero con linterna que nos tenía a todos tiesos y atemorizados.

En la calle Arrasate sigue indemne el local del Actualidades (11), cine de sesión continua y programa doble muy barato que era uno de mis favoritos y al que me atrevía a acudir sola en muchas ocasiones ya que mis amigas preferían ir a los cines “de domingo” por aquello de ver y dejarse ver. Era el cine ideal para esconderse una tarde entre semana cuando no apetecían las clases del Instituto.

De esta zona me faltan dos nombres, dos cines: uno pequeño que estaba en la calle Getaria, (12) junto a un bar muy pequeñito y el otro que estaba en la calle Arrasate también, pero al final, ya llegando a la Plaza de Zaragoza (13)… ¿Alguien me refresca la memoria? (Ni mi madre ni yo hemos sido capaces de recordar los nombres).

 

En la calle Urbieta el mítico –y todavía  controvertido- Teatro Bellas Artes (14) – “el Bellas”- donde pasé cientos, qué digo cientos, miles de horas en su patio de butacas (nunca en otra localidad) tragándome la programación doble y en sesión continua de verano e invierno desde los catorce hasta…¡que lo cerraron!.

Más cerca de casa –en la Avenida de Sancho el Sabio- tuve durante muchos años el Rex (15) pero su programación era un poco insulsa para mi gusto; quizás es que nunca me gustaron las películas de vaqueros ni las de Cantinflas o quizás es que estaba tan cerca de casa que parecía que en vez de ir al cine ibas a comprar el pan…

 

 

 

Pero mi cine fetiche fue el Astoria (16). Un cine de estreno –que también fue multicine antes de sucumbir- y al que podía ir por la noche cualquier día laborable a ver las películas que no me apetecía ver con la vorágine de público de los fines de semana. Allí me enamoré de Charlton Heston en “Ben Hur” y allí rompía corazones Manolo Escobar cantando en directo. La sala servía lo mismo para un cosido que para un remiendo hasta que los dueños tiraron el dedal y decidieron dejar de perder dinero.

Los cines marcaron mi vida; allí hice manitas con mis primeros “novios”, aunque tenía cierta prevención a sentarme en “la fila de los mancos” –educación monjil a ultranza- En “el Bellas” había que tener mucho cuidado con no sentarse en el patio de butacas al alcance de los “proyectiles” que se lanzaban desde los pisos superiores… Mil recuerdos se agolpan en mi mente…

En una cajita de madera pintada guardada al fondo de un cajón aparecieron hace poco entradas de cine de los años sesenta y setenta guardadas como recuerdo de alguna salida especialmente “romántica” con algún adolescente de la época…

No hago cuentas aquí del cine del colegio ni de los cines de parroquia a los que me vi obligada a asistir hasta que cumplí la edad de trece años que fue cuando mis padres me permitieron salir con las amigas por ahí como si me dieran un poco de libertad. Hasta esa edad todos los domingos por la tarde iba al “cine del cole” con las compañeras de clase de toda la semana a ver películas que se quemaban y con cortes a la hora del beso final; las monjas cobraban su dinerito por proyectar cintas penosas y vendían “chuches” para sacarse un sobresueldo para la comunidad. Prohibidos bocadillos, pipas y todo lo que manchara el suelo.

Alrededor de los cines de mi ciudad se tejió mi historia y tantas otras; fueron lugar obligado para pasar las tardes de domingo cuando no existían ni discotecas ni pubs donde meterse la juventud y hay toda una generación de parejas que se formaron al calor (y el olor) de las butacas de la platea…

En fin. Una de nostalgias.

Los cines “modernos” no cuentan para mí: ni los de la Bretxa –que me pillaron mayor-, ni los del Antiguo, ni ningún Centro Comercial. Ahora ya no me gusta apenas ir al cine; prefiero el silencio respetuoso de mi sala de estar donde nadie come palomitas ni trastea con el móvil durante las películas…

LaAlquimista

 

Por si alguien desea contactar:

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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