Es esta una de las dos condiciones que me puse a mí misma cuando me embarqué en el proyecto de crear un blog que explorara de alguna manera los problemas y vicisitudes que ocurren al común de los mortales a partir de cumplir la (fatídica) fecha de los cincuenta años. La otra era no hablar de religión. Y eran condiciones que me impuse por aquello de “por la paz un Ave María”, es decir, que sé que con estos temas casi siempre se acaba como el rosario de la aurora, sin llegar a más conclusión que “el otro” está equivocado y que cualquier victoria –en estas lides- suele ser más pírrica que otra cosa.
Creo que durante cinco años he sido fiel a mí misma –con la colaboración generosa de tantos que han soslayado también los temas espinosos; creo que pocas personas podrán aventurarse a decir de qué pie cojeo porque he sido de lo más discretita al respecto. Tan sólo me manifesté con luz y taquígrafos en aquellos tiempos “indignados” que quisieron devolver una pizca de ilusión a tanto desencantado nacido en este país entre los años 50 y 90. Cuatro décadas exactas de caminos retorcidos llenos de atajos que llevaban a ninguna parte. Por lo menos en cuanto a las ilusiones de quienes hemos sido jóvenes en algún momento de los años citados.
Ahora mismo, con un año nuevo recién estrenado y con los sesenta cumplidos declaro que no me he cortado la melena. Es decir, que me despierto esta mañana cualquiera sintiendo que todavía tengo ilusiones, que tengo “toda la vida por delante” para seguir luchando (a mi manera, pero luchando) para que este mundo sea un poquito mejor. ¿Cómo se puede tener ese objetivo a una edad tan provecta si parece que es patrimonio de la juventud la fuerza, la ilusión y las ganas de cambiar el mundo…?
En este blog no hablamos de política, pero sí que hablamos de ilusiones, de esperanza, de discernimiento para llevar un poco de luz a esos corazones (tantas veces los propios) que, sumidos en sombras, arrastran un cuerpo cansado, como sin horizontes y aburrido de la rutina existencial.
En este blog quizás tendríamos que empezar a llamar a las cosas por su nombre y dejarnos ya de eufemismos… Hacer un esfuerzo de voluntad –quien tenga la voluntad encaminada en esa dirección- para llamarle al pan, pan y al vino, vino y dejar de lado esa maldición de última generación de lo “políticamente correcto”. Porque, ya digo, si aquí no hablamos de política pues… Este país está de saldos, y no solamente porque lo diga el calendario sino porque ya nada vale lo que ponía en la etiqueta. Algún amigo me demostró que no era tan “valioso” como aparentaba desapareciendo cuando le dije que le necesitaba en estas Navidades pasadas en las que, como cada año, he coqueteado entre la tristeza y la “depre”.
Alguna amiga se ha quedado también con un “precio” de 9,99 a pesar de que hiciera gala de otras ínfulas. En la comunidad de vecinos hay claros desprecios hacia quienes vienen de otra geografía, en el barrio algunos de los que tienen “ocho apellidos vascos” que cobran un subsidio se pasan el día liando porretes y tomando cafés en las terrazas de los bares, en la ciudad se sigue criticando todo lo que se mueve alrededor de los que pintan algo en el Ayuntamiento y un poco más lejos, tan sólo un poco más lejos, está la frontera que atraviesan tantos de nuestros jóvenes huyendo de la debacle anunciada.
Los que nos quedamos no podemos hablar de política porque no entendemos apenas, no somos expertos ni tertulianos, tan sólo podemos permitirnos poner velas a algún santo para que, después de cuarenta años de cotización a las arcas nacionales, no nos cierren el grifo antes de que se nos lleve la Parca… Así que estoy reconsiderando seriamente la posibilidad de hablar de política en este blog, en un ejercicio de sana libertad del individuo y que brota directamente de lo que se da en llamar la “esencia”.
Pero para dejar las cosas claras he recurrido primero a la fuente, que no es otra que la Real Academia Española de la Lengua donde se recoge –y define- qué es política y todo lo relacionado con ese vocablo y concepto. Y…pues…me he perdido en el marasmo de acepciones, en el laberinto de posibilidades y, cansada ya, me he recostado en la extensa planicie de significados quedándome tan sólo con uno de ellos: “Cortesía y buen modo de portarse”.
Así que, a partir de ahora, queda abierta la veda para hablar de cortesías varias y disfrutar compartiendo “buenos modos de portarse” los unos con los otros, pero de “política”, lo que se dice de “política” que sigan desollándose vivos en otros sitios. Lo que quiero decir es que hablar sin mentiras, sin engaños, sin latrocinios ni traiciones, sin egoismo ni falta de empatía y con mucha cortesía va a ser un poco difícil, por no decir imposible.
Es que no nos queda otra si queremos que nuestras ilusiones sobrevivan un año más…
En fin.
LaAlquimista
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