Para contestar a esta pregunta no hace falta pedir hora en el psiquiatra ni hacer un test psicotécnico, bastará con sacar “la lupa de mirar por dentro” y regalarnos tres minutos de sinceridad.
El ritmo alocado de nuestras vidas, ese correr de aquí para allá persiguiendo al becerro de oro para ordeñarle unas cuantas gotas que guardar en la cuenta corriente desgasta la mente del más pintado. El cansancio mental no se cura durmiendo ocho horas ni tumbado en el sofá delante de la tele; la neurosis generalizada a la que pocos son capaces de sustraerse va haciendo cada vez más estragos en el individuo, y en consecuencia, en la pareja, la familia, la sociedad. Cuando las personas se sinceran acaban todos reconociendo que falta algo, que hay una especie de “hueco interior” que no se sabe muy bien cómo llenar.
Unos lo intentarán buscando el “objeto” –compras compulsivas, deseo de poseer-; otros caerán en la murria del desencanto: ya nada vale la pena, la vida es un asco, las gentes, su proyección, quizás alguna pastilla me alivie… Y los que no se enteran de nada, esos “felicianos” que viven ajenos a cuanto ocurre a su alrededor, parapetados en el sofá delante de la tele, como si lo que está ocurriendo en el mundo no tuviera nada que ver con ellos viven tranquilos –eso sí-, comen, duermen y se reproducen –si están en edad- sin sobresalto aparente y, un buen día, se dan cuenta de que se ha terminado el festín de la vida, se jubilan, vegetan alegremente y mueren con el menor sufrimiento posible. Es otra forma de “vivir”…
¡Hay tantos temas conflictivos que nos apalean y que no somos capaces de solucionar! ¡Tantos pequeños conflictos personales que nos impiden ser felices! ¿La solución? Pues tan sencilla que pocos se atreven a llevarla a cabo: el trabajo personal.
Pero es también trabajo personal levantarse todos los días a las siete de la mañana para ir a ganarse los garbanzos de la manera en que uno puede; también es trabajo personal cuidar de la familia, dar cariño, ser generoso, mirar por el bien común. Luchar, pelear con la salud, con la tarjeta de crédito, con el discurso de los políticos, con el desencanto de quienes prometen y malcumplen, sembrar y que el pedrisco se lo lleve todo por delante, enamorarse y que no te vean aunque te miren…todo eso es un “trabajo personal” que ocupa demasiado tiempo; de hecho, toda la vida.
¿Cómo estar sano psicológicamente con tanto caos alrededor? ¿Cómo evitar que los ecos del estruendo circundante no se aposenten en nuestra mente y nos vuelvan locos cuando más necesitamos el silencio? Acabamos todos neuróticos perdidos –que no es lo mismo que tener “trastornos mentales”- con comportamientos familiares y sociales excéntricos, disfuncionales y faltos de coherencia…demasiadas veces.
El portazo del vecino a las ocho menos veinte de la mañana, cuando sale a trabajar, (él, que tiene trabajo) me da cumplida cuenta de cómo encaramos la vida habitualmente: a golpetazos. La voz quejicosa de quien, al otro lado del teléfono, se lamenta de “lo mal que le van las cosas” desde hace varios años sin que parezca que haga nada por que le vayan mejor, es otro ejemplo de la pequeña insania psicológica tan extendida. Observando a la gente caminar por la calle, con prisas, empujándose, saltándose los peatones los semáforos en rojo con un ansia de que les atropelle un coche despistado, los usuarios del autobús apelotonados y como si fueran autistas detrás de las pantallas táctiles de sus móviles, la bronca de la gente en la barra de un bar intentando que el camarero les atienda al segundo de haber entrado, los empujones hacia los lados, las miradas vacías hacia los de al lado… ¿es esto estar sanos psicológicamente?
Seguramente no. Y como son demasiadas preguntas para la única respuesta que se me ocurre, aquí lo dejo por hoy. A ver si a alguien se le enciende la bombilla y aporta un poco más de luz a esta oscuridad que nos amenaza…
En fin.
LaAlquimista
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