Ponerse en "modo zen". Un recurso eficaz | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Ponerse en “modo zen”. Un recurso eficaz

 

Esta frase es una pequeña licencia que me permito cuando quiero explicar a alguien cómo me lo monto para poder soportar ciertas agresiones extemporáneas que, a mí como a todos, me ocurren de vez en cuando.

Estamos demasiado acostumbrados a “saltar” a la primera de cambio –o a la segunda, cuando nos pinchan con delicadeza- y esa reacción, mitad visceral mitad racional, nos deja luego chafadísimos a la vez que alterados. Es normal, lo que queremos es que nos dejen en paz y no nos traigan más problemas de los que ya nos buscamos nosotros solos… Pero el caso es que hay mil pequeñas incidencias en la vida cotidiana que perturban el somero equilibrio con el que nos vestimos cada mañana para enfrentarnos a la existencia.

El bocinazo del conductor impaciente, el mal gesto de quien tropieza con nosotros y casi nos mete el paraguas en el ojo y encima no se disculpa, la señora que nos quita el asiento libre en el bus con un nada discreto empujón del bolso, el ancianito que se nos cuela en la cola del super poniendo cara de “mutilado de guerra”, los chavales que pasan veloces con su monopatín rozándonos con tanto arte que no sabemos si ha sido un pájaro o un avión, los críos del vecino que nos despiertan a gritos a las siete y media de la mañana. Todas estas pequeñas nimiedades cotidianas que, como no nos preservemos contra ellas, acaban poniéndonos de un mal humor de mil demonios. (Lo de “humor de perros” no lo diré nunca, porque yo nunca le he visto a mi perrillo de mal humor)

Es para poder lidiar con estas pequeñas incidencias que he inventado mi pequeño recurso de ponerme en “modo zen”. Y no es burla hacia esa más que respetable escuela de budismo sino un guiño al estrés, la prisa, el cansancio y el desconcierto de la vida cotidiana.

Ponerme en “modo zen” está en el mismo saco en el que guardo la práctica de la “media hora de seguridad” antes de reaccionar visceralmente ante un comportamiento extrañamente desagradable por parte de alguna persona querida o apreciada. Ponerme en “modo zen” me recuerda que hay otra manera de encarar la vida que no sea estando siempre alerta, dispuesta al ataque o al contraataque. Es entonces cuando intento –de manera chapucera a veces, todo hay que decirlo- fundirme con el universo entero propiciando un pequeño cambio en mi espíritu y, fluyendo de esta manera, incorporar a mi ser la supuesta “agresión” como algo que no tiene que ver conmigo aun formando parte del todo del que yo misma formo parte.

Parece algo complicado, pero no lo es, por lo menos si de lo que se trata es de tener lo que en occidente se llama “santa paciencia” para no desesperarse con las pequeñas y molestas agresiones de la vida, precisamente occidental.

Me pongo en “modo zen” cuando por enésima vez suena mi móvil para ofrecerme una mayor cobertura de mi seguro vivienda. Atiendo a la señorita que se gana los garbanzos de esa manera y le concedo dos minutos para que sea feliz. Luego destruyo amablemente su intento de convencerme deseándole también feliz día con una sonrisa.

Me pongo en “modo zen” cuando me llama un amigo para anular una cita con la que yo estaba más ilusionada que él y le sonrío mientras le digo eso tan poco sofisticado de que “hay más días que lechugas” aunque por dentro yo ya sé que no va a volver a llamar.

Me pongo también en “modo zen” cuando el motorista de la policía municipal llega hasta mi coche mal aparcado pisando medio metro de raya amarilla y me planta en el parabrisas una “receta” de 80€. Pago el 50% acogiéndome a la benevolencia del Ayuntamiento y doy gracias al Universo por poder desprenderme de esa cantidad sin verme después obligada a dejar de comer durante varios días.

Igual parece una tontería, pero doy fe de que no lo es. Sin ir más lejos, ayer mismo, algún malhadado conciudadano me ha vuelto a patear el espejo retrovisor del coche y, ya veis, yo aquí escribiendo, tan tranquila…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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