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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Por qué se leen tan pocos libros?

Desde que el hombre empezó a dejar constancia de sus actos y su historia mediante la memoria escrita fueron, los amanuenses primero y los lectores después, quienes dieron vida al bucle perfecto de la transmisión de las peripecias del ser humano a lo largo del tiempo. Si se escribían libros era para que alguien, en el futuro, los leyera y accediera al saber, al conocimiento. Desde los historiadores hasta los grandes clásicos han conformado el mosaico imperecedero de lo que hoy se llama, mal que bien, el legado de la  “cultura escrita”. A estos cimientos se añade el cemento de la literatura, las filigranas de la poesía y los no menos importantes y experimentales ensayos filosóficos y de los otros.

Y todo está en los libros, entre las páginas de papel que conforman el tesoro cultural de las bibliotecas más importantes del mundo entre las que están –en cualquier orden- la Biblioteca Vaticana con su deseado Archivo Secreto, -más de 1.600.000 volúmenes- la BnF de Paris, una extraordinaria construcción con un bosque en miniatura bajo el nivel de la calle y que sigue cumpliendo un Decreto del siglo XVI que les obliga a albergar un ejemplar de cada una de las obras que se publiquen en Francia (ya van por los 13 millones de libros), y la de Harvard, la de China, la de Austria, la de España y la de Mexico y así hasta un listado extenso que acoge a millones y millones de ejemplares de libros, manuscritos e incunables.

¿Para qué sirve todo este despliegue cultural? Pues para dar un marchamo de calidad a cualquier país aunque eso no quiere decir que esos libros sean consultados y mucho menos leídos con asiduidad. Es como guardar en las bodegas vinos elegidos por el placer de tenerlos no con la intención de beberlos.

Supongo que el tema del afán de la lectura le viene a uno desde la cuna; que uno se acostumbra desde niño a que le lean cuentos y luego quiere leerlos por sí mismo y ahí empieza una especie de afición/necesidad que ya no se va ni con agua caliente. Leer libros significa –a mi entender- mantener viva la inquietud por el conocimiento, el gusanillo del saber, hacer “deporte intelectual” proporcionándole a la mente una agilidad perenne evitando que se anquilose; y, sobre todas las cosas, la lectura de libros ayuda a tener una visión del mundo y de la vida actualizada, permitiendo que se caigan las “orejeras mentales” y aceptando que hay otra cultura, otra forma de encarar la vida, diferente a la nuestra. En definitiva, abrirse y compartirse.

Por eso cuando la gente dice que no lee “porque no tiene tiempo” yo sé que eso no es cierto, que no leen porque no les gusta en absoluto, porque no les apetece, porque no tienen ganas de complicarse la vida pensando y optan por el atajo cómodo (aunque peligroso) de la televisión.

El afán por la lectura se pasa de padres a hijos, es algo que se mama y se hereda y a la vista está que la mayoría de las personas adultas que hoy en día no leen al año más que un libro o ninguno, vienen de familias en las que tampoco existía esa costumbre. Curiosamente, por el contrario, son legión los que han superado la sequía familiar heredada y han llenado su casa de libros y su mente de sabiduría.

Hace poco los periódicos españoles publicaban una estadística del CIS en la que se constataba que el 35% de los españoles “no leen nunca o casi nunca” y me recordó al chiste aquél de los jovenzuelos que alardeaban de sus experiencias sexuales y uno dijo haberse acostado con “dos o tres chicas” y otro, por no ser menos, dijo que él se había acostado con “una o ninguna”. Pues eso.

Que ya lo siento en el alma si algunas de mis amigas y amigos forman parte de ese 35% de “huidos de la letra”, que espero que no se enfaden conmigo por poner negro sobre blanco lo que me parece uno de los atrasos más flagrantes de esta sociedad que es capaz de recitar de memoria marcas de coches, de perfumes, de bolsos y nombres de futbolistas, de modelos y de actrices y son incapaces de situar a los dramaturgos del Siglo de Oro o a citar tres o cuatro nombres de grandes genios de la literatura mundial…¡y haberlos leído!

Aunque mucho me temo que en el 65% de lectores de la estadística, estén también incluidos los que consumen anti-literatura, bestsellers, novelas de poca enjundia y mucha publicidad o que tan sólo leen lo que les regalan por Navidad. Mucho me temo que en ese 65% de lectores también computen los lectores de libros de autoayuda, los de memorias de gente de menos de cincuenta años con su cuarto de hora de gloria televisiva a cuestas y, lo que más me pone los vellos como escarpias, los que leen novelas en formato electrónico para que “pese menos el libro”.

Tener un libro (o trescientos o cuatrocientos) en el salón de casa, apuntalando las paredes con su sabiduría, recordándonos a cada instante que somos seres intelectuales pensantes, con capacidad de discernimiento, con amplia posibilidad de comprensión, es la mejor “decoración de interiores” con la que creo se puede soñar.

Personalmente tengo más libros que ropa, y aunque parezca una boutade no lo es, que conozco armarios y vestidores desbordados y muebles de salón sin un solo libro ni siquiera para disimular el afán por la incultura. (He dicho bien: afán por la cultura vs afán por la incultura)

Leer libros, buenos libros de vez en cuando, es hacerse a uno mismo uno de los regalos más valiosos para la mente y para el alma. Todo se nutre de las mismas fuentes y, en consecuencia, el cuerpo también disfrutará del beneficio obtenido.

Y aquí termino, a la espera de dardos, venablos y piedras lanzadas por los que dirán que cada uno hace lo que le da la gana con su tiempo libre y que no se es más inteligente por leer libros y etc. etc.

Pues muy bien; cada uno tiene derecho y libertad (recuperada después de siglos de oscurantismo) de defender aquello en lo que cree. Y yo creo –además de en los valores humanos- en los valores culturales, en aquellos soportes que están a nuestro alcance para ayudarnos a desarrollar ese pequeño porcentaje de nuestro cerebro que es lo único que tenemos para salir adelante en esta vida y encontrar nuestro camino. Y traigo aquí esa frase genial que alguien inventó con mucho acierto: “Si crees que la educación es cara, prueba la ignorancia”.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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*La ilustración hace referencia a un precioso pasaje del libro de Antoine de Saint Exupery, “El principito”.

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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