Todos sabemos de alguien que se ha comprado por cuatro euros un bolso en el suelo de una calle cualquiera con una chapita metálica que imita la original que se vende a precios inmorales. Todos hemos visto a quien se viste con un polo o una camisa con un distintivo bordado imitando al original que se anuncia en las revistas y que quiere identificarse con gente de éxito social y mucho dinero.
Y todos, en algún momento, nos habremos hecho la pequeña reflexión –incluso puede que adornada con sonrisa irónica- de a quién se quiere engañar yendo de viaje con una maleta que imita a otra que cuesta dos mil euros o luciendo un reloj por el que se ha pagado cincuenta euros y que “imita perfectamente” a otro que se vende a tres mil el más barato.
Todos conocemos a alguien que nos ha querido dar el pego enseñando algo falso y pretendiendo hacerlo pasar por algo auténtico; incluso puede que nosotros mismos hayamos caído alguna vez en esa estúpida tentación de hacer creer a la cajera del colmado de la esquina que las gafas de sol que lucimos ostentosamente y que le compramos a un inmigrante en la playa vacacional son las que tienen un precio en la óptica de la esquina equivalente al sueldo mensual de la mencionada cajera. Todos habremos hecho algo así alguna vez; si no, no existiría la industria paralela de fabricar imitaciones y cosas falsas haciéndolas pasar por auténticas.
Esta situación ocurre porque es bien sabido por los expertos en marketing que el ser humano da más valor a la apariencia que a lo auténtico, que basta con llevar pegada una etiqueta bien visible para que la persona se crea ella misma la autenticidad de la falsedad que lleva encima. Que lo sé, que lo he visto, que lo he discutido e incluso comprendido…
Y siempre me envuelvo en el mismo bucle de pensar que, si son tan importantes las etiquetas de ropa y objetos que nos identifican como poseedores de dinero, de éxito social, de “poderío” frente al que no puede ni soñar con hacer algo parecido, ¿no será que también las etiquetas ostentosas indicadoras de valores humanos son también tan falsas como un bolso de plástico que imita a los que llevaba Grace Kelly? (Que por cierto se los regalaban)
Curiosamente no existen etiquetas homologadas para identificar la honestidad, la sinceridad, la bondad, la empatía o la amabilidad. La única etiqueta posible es la luz en la mirada y la sonrisa y ésa, por mucho que se quiera hacer trampa, siempre se acaba viendo que es falsa, tan falsa como quien la porta como estandarte.
Desde mi primera juventud me encontré inmersa en una sociedad que valoraba lo superficial por encima de lo profundo. Con catorce años fue mi aspiración tener un niqui con un cocodrilo bordado a la altura del pecho y unos vaqueros con una gran etiqueta de cuero en el trasero; no quería ser más que nadie, pero creía que si no me vestía de aquella manera iba a ser menos. Nací, crecí y sigo viviendo en una sociedad que no tiene el menor interés en rascar un poco la pátina superficial de apariencia lujosa –real o falsa- para descubrir si lo que hay debajo de un abrigo de lana 100% que cuesta igual que el salario mínimo es tan valioso como lo que abriga uno de esos inventos acolchados que están al alcance de todos.
Y es que, indudablemente, le damos mucho más valor a lo auténtico que a lo que lo imita y por eso, siendo lo primero muy caro y no pudiendo acceder a ello, nos conformamos con la copia, lo falso, la imitación, creyendo que engañamos a los demás adornándonos con falsos oropeles que no nos corresponden, sencillamente porque no son nuestros, son impostados, falsos al cien por cien.
Las personas con mayor calidad humana, de mayor valor que he conocido, paradójicamente, siempre van vestidas sencillas, sin ostentación de ningún tipo, incapaces de dar valor alguno al hecho de llevar por fuera una etiqueta que no identifica en absoluto lo que sienten y portan por dentro. Y poco a poco, he ido aprendiendo a diferenciar el grano de la paja, lo auténtico de lo falso, a sentirme segura de mí misma vistiendo sencilla con mi toque personal y sabiendo que nunca más caeré en la tentación de creer que mi valor lo dicta el precio pagado por los objetos.
Los valores humanos no tienen logos de lujo, porque si los tuvieran, los ricos, los menos ricos y los amigos de lo “falso” pagarían lo que hiciera falta por ellos y por poder colocarse la escarapela bien visible. Los valores humanos son como algunos artículos de lujo: es imposible piratearlos, se nota siempre cuando son una falsificación…
Cuesta aprender esta lección, cuesta muchísimo, porque es más barato decir cuatro frases huecas e intentar aparentar lo que no se es que hacer un buen trabajo interior para, precisamente, no tener el más mínimo interés en aparentar nada de nada…
En fin.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com