Si se nos queda corta la celebración del día de nuestro cumpleaños, tenemos otros trescientos sesenta y cuatro para festejar el no-cumpleaños. Eso lo aprendimos leyendo “Alicia en el país de las maravillas” y nos gustó la incongruencia del sombrerero loco y reímos regocijados cuando vimos la película, pero de ahí no pasó la cosa. Sin embargo, se nos ha escapado el matiz más interesante de la propuesta de Carroll: la vida es una sucesión loca de no-cumpleaños que nos olvidamos de celebrar. Como si no nos sintiéramos merecedores más que de un día especial y el resto los metiéramos en el cajón de los días grises.
Los trescientos sesenta y cuatro días anteriores a nuestro próximo cumpleaños deben ser los más felices hasta ahora; tan sólo por el hecho de recrear el sol cada mañana o su reflejo escondido tras las nubes otoñales. Contemplar el movimiento de las manos realizando el ritual cotidiano de cada despertar, sentir crujir los huesos y moverse los músculos de la cara saludando a la imagen del espejo; esbozar una sonrisa –o dos-, una caricia sobre la piel del rostro dejando una señal sonrosada. Abrir la ventana y que entre el día para despejar cualquier pena que se haya quedado prendida en el recuerdo, y que entre la lluvia también para lavar lo que queda por llorar.
El tiempo que media entre las últimas vacaciones y las próximas conformará la historia de las no-vacaciones, cada jornada puede celebrarse el no-cumpleaños, inventando el pequeño relato cotidiano que hará la suma de los días, acortando el camino hasta el siguiente festejo feliz. Otro día esperanzado, otro día viva, otro día en paz.
Feliz no-cumpleaños a todos.
En fin.
LaAlquimista
Foto: C.Casado “La Coupole”. Paris.