Es este un juego de los más tontos que se ha inventado en los últimos lustros y, como tantos juegos, ha tenido gran éxito sobre todo con las mujeres (y algunos hombres). Una falacia a la moda que penetra en la mente humana como si fuera un rayo iluminador, destruyendo las neuronas del pensar con lógica y llenándola de cantos de sirena que, como todos los cantos de sirena, pertenecen al reino de la fantasía. (Y si no, léase a Homero)
El caso es que, como bien dejaron patente los expertos de Mad Men, al público con dinero no le hace falta más que le den ideas de cómo gastárselo. Más que nada porque la imaginación –del que tiene dinero- suele ser inversamente proporcional al monto de su bolsillo, de la misma manera que la imaginación del que las pasa canutas se desarrolla hasta el infinito y más allá. Así pues, no hay nada como atacar directamente a la yugular de las mujeres, que en este caso, está justo al lado de la AUTOESTIMA.
Se inventan la operación bikini para implantar la idea acuciante en las señoras que están plenas y hermosas con su celulitis absolutamente natural y lógica de que van a hacer el más absoluto de los ridículos como se les ocurra asomar sus carnes a cualquier playa o piscina. Y una –yo la primera- se mira en el espejo y se hace la autocrítica de después del desayuno con bien de pan tostado untado en aceite. ¿Y qué ve? Pues la lozanía del medio siglo coronada por una sonrisa franca que cualquier jovenzuela no es capaz de ostentar por mucho que se entrene. A fin de cuentas lozanía significa robustez o frescura en personas o animales; el diccionario no pone límite de edad…
El caso –siguiendo con el timo anual- consiste en VENDER y nada más. Se vende en Junio la operación bikini, en septiembre la operación vuelta al cole, en diciembre la locura navideña, en enero la cuesta arriba y en febrero la cuesta abajo. Todo el año tiene mil caminos y vericuetos para llegar al alma acongojada de las personas adultas que eran felices hasta que vino alguien a señalarles con el dedo y decirles: -¿Que tú te crees que eres feliz? ¡Pues estás equivocada! Y ya está liada.
Yo quiero ver un anuncio de cremas y masajes en el que la modelo sea una señora como yo. Es decir, que tenga cierta lógica la cosa, porque las compradoras de esos milagros adelgazantes, reafirmantes y mágicos no son las jóvenes que los anuncian…sino sus madres o sus abuelas si me apuras.
¿Es que no nos damos cuenta o qué? Si mi intelecto ha ganado en conocimiento, mi mente en tranquilidad y mi espíritu se ha serenado, ¿acaso pretendo que mi cuerpo haya ido por su cuenta sin verse también “favorecido” por el paso del tiempo?
Hace unos años –bastantes- caí en la tentación de hacerme pasar por una mujer con la autoestima baja y me pagué unas sesiones de masajes mágicos que me prometían quitarme lo que en aquel momento me emperré en que me sobraba. Sufrí dolor –porque te meten los dedos hasta el tuétano, si es que los músculos lo tuvieran-, y al cabo de dos meses me sentí ridícula hasta el extremo cuando me confirmaron que –oh, maravilla- mis muslos habían reducido su grosor un par de centímetros. Lógicamente, los masajes iban acompañados de unas cremas que había que darse por la noche y que me dejaron casi inservibles todas las sábanas, amen del bolsillo. Como aquel sistema no sirvió para nada, fui y protesté. Me dijeron –obviamente- que los tratamientos son efectivos o no son efectivos en función de la respuesta del cuerpo de cada persona. ¡Acabáramos!
¿Acaso confiaba yo –ingenua de mí- que en dos meses iban a volatilizarse las buenas comidas del invierno, las siestas de pijama y orinal y el relajo en el sofá del salón? ¡Para milagros a Lourdes! (Y ni eso)
A mí me sigue pareciendo muy bien que cada gremio se gane los dineros como pueda. Ahí están las farmacéuticas e industria química en general vendiendo cremas y potingues como aquel buhonero o sacamuelas que iba en un carro visitando los pueblos, ofreciendo crecepelos, ungüentos para sanar “el mal francés”, jarabes mágicos para la virilidad, la fecundidad y hasta para encontrar novio. No sé, pero me da la impresión de que no ha cambiado tanto la cosa desde entonces excepto por el hecho de que ahora hay más personas –sobre todo mujeres- que están dispuestas a admitir –sin darse cuenta de que igual cometen un error- que no les gusta su propio cuerpo y tienen que hacer “lo que sea” por verse mejor. A fin de cuentas, la vanidad da suculentos dividendos…
Salvedad sea hecha en esta reflexión de aquellas personas que tengan que ganarse el sustento utilizando su cuerpo –acaso sustituyendo a su mente- y no les quede más remedio que meter bisturí y técnicas agresivas para seguir conservando una carrocería “chapeada” aunque el motor –que es lo que a fin de cuentas mueve el carro- esté a punto de griparse.
En fin.
LaAlquimista
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