Estoy cansada física y emocionalmente. Esta situación se da al cabo de un par de semanas de emociones intensas en lo afectivo y de andar todo el día para arriba y para abajo haciendo planes; planes felices, pero agotadores al fin y al cabo.
La casa guarda el eco de tu voz; esta misma mañana me he tropezado con el eco de tu risa en el pasillo, me asalta la fuerza de tu presencia aunque ya no estés, qué cosas tiene el amor…
Pero la vida sigue y nos encabritamos de tanto y tanto como tenemos por hacer, compromisos, visitas, salidas y conversaciones. Amigos que reclaman y amigas que regalan, el sol del verano invitador y el espíritu que desea mantenerse aún joven, círculo caliente y fatigoso del que no queremos salir aunque nos canse en lo más hondo. Dormir menos por charlar más, fijar la vista en el horizonte y dejar de ver el mar, pisar la calle y fundirnos en viejas baldosas que no significan nada, olvidar el reloj que nos persigue con su prisa…
Y tu olor que busco en los abrazos largos, del que me lleno como en los viejos, viejísimos tiempos, en que mi amor lo era todo para ti, aquella luz en tu mirada que me reconocía como tu pequeña diosa/mortal, amada y extraña a la vez…
Un sábado y un domingo completos para descansar; me permito romper compromisos y darme preferencia. Me doy permiso para “parar” y no pensar ni en lo que tengo que hacer ni en lo que los demás piensan que debería hacer. Elur, mi perrillo blanco, es el único amor que me exige y al que me entrego todavía. Un paseo madrugador y el cuerpo manda, la mente me indica el camino, el espíritu se acomoda en el sofá emocional.
Te has ido de nuevo a tu vida feliz de un país lejano, a tus nuevos y eternos amores, a la alegría de la juventud en la piel y pocas penas en la mochila. Me has dejado el regalo de tus besos y abrazos, de las conversaciones sinceras, del tiempo demorado a tu lado. Lavaré tus sábanas y arreglaré tu cama; ordenaré tus recuerdos y por la ventana abierta saldrán volando las risas empañadas de tu perfume favorito.
Subo y bajo, entro y salgo, voy vengo y mientras pasa la vida me entretengo; qué largo puede ser un día y qué cortos los meses… Pesa la conciencia y pesa más el discernimiento de lo que es el camino -que es la vida misma- y con las prisas de llegar nos olvidamos que ahí está la condena.
Hoy me paro para sentir, es mi derecho, tengo que hacerlo, lo necesito: puedo hacerlo. Bendita yo que puedo, que no tengo trabas ni obligaciones ni cadenas, ni nadie que me exija hacerle la comida o llevarle a algún lugar. Privilegio que puede ser negociable cuando todo es cansancio y sentimos que la mente arrastra al cuerpo hacia un barranco lleno de piedras.
Hay que saber parar, hay que permitirse parar. Nos va la paz en ello.
Te has ido una vez más, en esos vuelos largos y cansados que tus alas todavía soportan, la migración impuesta a los años jóvenes en pos de sueños, esperanzas, vida. Yo me quedo guardando el nido que envejece y buscando la manera de sentir sin llorar, de amar sin esperar, de ser feliz a través de tu felicidad, hija mía…
En fin.
LaAlquimista
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