Nunca he sido quejica; cuando algo me parecía que no estaba de mi gusto he intentado cambiarlo y si no he podido he dado media vuelta y enfilado mis pasos en otra dirección. Algunas veces, también, he acabado aceptando una fatalidad que no necesitaba fuerza sino paciencia (pero ese es otro tema).
El TEMA con mayúsculas es que me he cansado de las conversaciones/arreglamundos de la barra del bar o de la sobremesa entre amigos porque veo que anda el personal quejándose de mala manera, así que voy a intentar hacer un pequeño resumen por si atino con la idea general.
Como bien dejó dicho uno de los grandes Maestros:
“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.” (Aristóteles)
Digamos que estoy enfadada con la persona adecuada, concretamente con la cabeza visible de “todo esto”, es decir, el que negocia supuestamente en mi nombre y lleva al país por el derrotero que él y su partido consideran oportuno: el Presidente del Gobierno.
El grado exacto de mi enfado es ALTO, tirando a ALTÍSIMO. Y es así por los siguientes motivos: pago religiosamente mis impuestos, he cotizado a las arcas del Estado durante cuarenta y un años (y lo que me queda) y a cambio ¿qué he recibido?: inoperancia, inestabilidad y falta de oportunidades para mí y mis hijas.
El momento de mi queja es de lo más oportuno, oiga usted, justo coincidiendo con el cumpleaños de mi hija pequeña –veinticinco, qué gloria bendita- y que con una Licenciatura a cuestas, ha comprendido que aceptar trabajos de E.T.T. (Empresa de Trabajo Temporal) mal pagados es atentar contra su propia dignidad y se ha tenido que EXPATRIAR buscando un horizonte vital y laboral lejos de su casa, de su tierra, de su gente y de la mendacidad de su Gobierno, Sr.Presidente.
Mi propósito justo al soltarle la filípica –y tiene gracia la paradoja aristotélica- es únicamente aliviar la carga emocional que llevo padeciendo sobre mis espaldas desde hace siete años –y conmigo supongo que cualquier españolito de a pie- creyendo o intentando creer sus mentiras mil veces evidenciadas o soportando las falacias que se empeña Usted en convertir en artículos de ley. Necesito descargar mi rabia y mi ira porque sólo faltaría que me saliera un tumor por su culpa.
El modo correcto en que expreso mi enfado creo que es eso precisamente: correcto. Ni le falto al respeto ni falto a la verdad, sino que muestro hechos exactos que conforman la realidad de una política de gobierno ineficaz, corrupta, mendaz y dedicada más al latrocinio que al bien común. (Para datos extensos consúltese en Google, “Crisis de España” y salen 65.500.000 entradas, a más de una por españolito)
Mis padres ayudaron a levantar este país con mucho sudor, muchas lágrimas y mejor no hablamos de la sangre derramada, pero con la ilusión y la esperanza de un mundo mejor para sus hijos, es decir, nosotros, usted y yo, Presidente, que somos de la misma quinta. A usted le va bien, más que bien porque no tiene rubor alguno en obviar la realidad y transformarla en un mundo de yupi a su conveniencia que, aunque se lo desmontan continuamente con brochazos de exactitud y verdad, espero algún día sus propios hijos tengan la lucidez de reprocharle.
Yo también he trabajado arduamente para construir el buen futuro de este país, no lo dude Usted, y conmigo toda una generación que creció con la consigna del trabajo bien hecho y el esfuerzo mancomunado. Claro, que hubo listillos y aprovechategis que se dieron cuenta de que se podía ganar dinero robándolo y que costaba menos que hacerlo trabajando. Ahí nos duele a todos, Presidente, supongo que a usted también le dará un poquito de vergüenza ver cómo sus colegas de toda la vida se han forrado el riñón y a usted no le han dejado más que las migajas.
Y mis hijas, dos ejemplares sanos, inteligentes, fuertes y “suficientemente preparadas”, han seguido mi mismo camino porque las hemos educado en los de honestidad, trabajo y lealtad “de toda la vida”. Y ahí las tiene usted, a tiro de Skype o de Whatsapp, en la otra punta del mundo, ganándose los garbanzos más que bien, acogidas donde las valoran a ellas, a sus estudios, a sus capacidades, y añorando el vino y el jamón por su culpa, Presidente, por su grandísima culpa.
Lo dicho; gracias, Aristóteles por guiar mi enfado y no dejar que se me salga este post de lo políticamente correcto y, en tu honor, lo acabo con una frase de las tuyas que siempre me ha gustado especialmente: “El castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad”
En fin. Ya me siento mejor.
LaAlquimista
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