Moriré sin comprender el éxodo masivo que experimentan las ciudades durante el octavo mes del calendario gregoriano. Jamás he podido encontrarle sentido a esa necesidad de huída hacia delante que acucia al ser humano (trabajador o no) que supone un sacrificio, un esfuerzo, un malestar y no pocas incomodidades.
La gente se va de vacaciones en Agosto y encima se queja. Se queja el personal de que todo es más caro que en cualquier otra fecha, de que los lugares bonitos o interesantes están atiborrados, imposibles de disfrutar por el exceso de gente. De que la calidad en los servicios hosteleros decae, de que se intenta muchas veces dar gato por liebre. ¿Por qué salen de casa entonces?
La gente se vuelve loca cuando llega Agosto y tiene que hacer las maletas, a donde sea, al pueblo de los ancestros o al viaje organizado a lugares desconocidos; es una especie de locura colectiva de incomodidades por el calor excesivo, malestares corporales, mal descanso y peor alimentación.
Las carreteras registran afluencias exageradas que provocan la mayor tasa de accidentes. Si te pones enfermo los hospitales o ambulatorios tienen a los profesionales de vacaciones y descuidan la atención al paciente. Si se te estropea algo en el apartamento al que has ido los gremios andan como locos y para cuando te atiendan ya se habrá acabado tu tiempo feliz.
¿Feliz? Me consta que las vacaciones en el mes de Agosto son una especie de sufrimiento para muchísimas personas que, no obstante, no pueden sustraerse a la “obligación de ir a algún sitio” ya que no tienen que ir a trabajar. Presión social, presión familiar, presión emocional de romper la rutina, de “salir” como sea y a donde sea… ¿Es realmente necesario?
Durante el mes de Agosto no reconozco mi ciudad; desaparecen los lazos que me tienen atada a ella, brotan como champiñones negocios de quita y pon: heladerías provisionales, bares que no soportarán el invierno, tiendas que tan sólo quieren vender al turista. Mi gente conocida también se va y se llevan los puntos de referencia habituales: el cine de los miércoles, el paseo de los jueves, la cena de los viernes y la mañanera del domingo. La agenda se vacía al igual que el aparcamiento de debajo de mi casa; de repente hay sitio libre, demasiado incluso, y hace que la vida de los que nos quedamos en la ciudad en el mes de Agosto sufra efectos colaterales dignos de mención.
Así puede convertirse Agosto en el mes más triste del año porque las rutinas se resquebrajan y la soledad empuja de forma desconsiderada.
¿Quién nos salva a los que nos quedamos aquí, desnortados, solos, a la espera de que llegue septiembre y se restablezca el ritmo roto?
Agosto. Un mes para replantearse la vida mientras el resto del mundo se dedica a no pensar en ella, precisamente…
En fin.
LaAlquimista
*Por cierto, la película “Agosto” de John Wells, con Meryl Streep, Julia Roberts y Ewan McGregor certifica el lado negro de este mes. (Peliculón para desmontar miserias familiares)
Foto: Cecilia Casado
Por si alguien desea contactar: