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Cecilia Casado

A partir de los 50

Pidiendo limosna a la puerta del Banco

         

Los veo cada día, sentados en el suelo o en un remedo de la posición del loto, la espalda apoyada en una columna de los soportales y el sonsonete presto a brotar al paso de cualquier transeúnte: “Hola, buenos días siniora, hola buenos días, sinior” y la mano extendida sosteniendo un vasito de plástico o un recipiente cualquiera que sea susceptible de albergar monedas.

Los miro cada día fijamente por ver si cambian de postura o de discurso, los miro sin agresividad pero sin indiferencia, con una pregunta muda e implícita en la mirada. Ellos, ellas, hombres y mujeres de edad comprendida entre los veinte y los cuarenta años, de procedencia indeterminada pero presumible, vestidos con la decencia mínima que impera por estos pagos, dejan que su mirada se pierda en la infinidad del muro que tienen delante o siga distraída el trajín de la gente que, apresurada casi siempre, entra y sale de la sucursal bancaria ante la que han instalado su puesto petitorio.

Piden limosna a la puerta del banco. O de la caja de ahorros. Donde saben que está el dinero, ahí van directamente a solicitarlo de la generosidad o conciencia escrupulosa del viandante. Pero ya no llevan aquellos famosos carteles escritos con las “enes” al revés, de “Tengo ambre, una ayuda por fabor”. Ya no hace falta explicar al transeúnte generoso cuál es el motivo por el que se deja a ras de suelo la dignidad del ser humano; ahora todos sabemos perfectamente que su acción de pedir es un trabajo tan respetable como otro cualquiera. A ver si no.

Ellos se sientan en el suelo a la puerta del banco, de ocho y media a dos. Una jornada completa. Por las tardes, descansan. O recogen basuras o rellenan impresos para solicitar una ayuda social. Realizan su jornada laboral pidiendo limosna y les sale bien rentable –si así no fuera desaparecerían- puesto que no pagan impuestos, ni les descuentan el IRPF, ni tienen que aguantar a un jefe tocapelotas ni a compañeros envidiosos y pelotillas.

Para hacer una estadística mínimamente fiable tendría que observar esta función todos los días durante muchos días y, la verdad, ese no es mi trabajo. Pero la mayoría de los que les dan algo son varones rondando la fecha de jubilación o inmersos ya en ella. Mujeres, muchas menos, aunque también. Jóvenes, prácticamente ninguno. Cuando pasa una madre con un niño pequeño de la mano tira de él y quizás le da una explicación inventada; o no. De vez en cuando, algún ciudadano mejor concienciado que otros, les interpela: “¿Por qué estás en el suelo pidiendo dinero? ¿Por qué no vas a buscar trabajo? ¿No te da vergüenza siendo tan joven vivir de la caridad ajena?”.

Pero ellos no entienden; impertérritos, siguen con la mirada perdida en la vida como si tuvieran la consigna de no responder, de no pensar. O quizás no entienden porque en nuestro idioma sólo saben decir “Hola, buenos días siniora, hola buenos días sinior”. Y, lamentablemente, nunca dicen “Gracias”.

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


noviembre 2010
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