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Cecilia Casado

A partir de los 50

Invitación de boda con trampa

 

Ya hace unos cuantos años que no tengo que asistir a ninguna boda “de compromiso”. La penúltima gente que me invitó a compartir “este día tan feliz” añadía una postdata en el tarjetón indicando que, como ya llevaban varios años viviendo juntos, agradecerían el regalo en metálico y especificaban “sin compromiso alguno”. Claro, eso queda muy bonito decirlo pero a ver quién es el guapo que escurre el bulto acogiéndose a la coletilla al pie de la letra.  Enseguida empezaron los conocidos comentando que “ahora se da entre 200€ y 250€” ¡por persona! y tuvimos que echar cuentas de lo que costaba el cubierto en un hotel lujoso, más el viajecito exótico que pensaban hacer los novios para poder “cubrir gastos”.

Servidora, que ha matrimoniado en dos ocasiones, todavía tiene rondando por el trastero alguna fuente de alpaca y el típico florero de porcelana –muy bueno y muy inadecuado- que tuvieron a bien regalarme mis parientes o amigos allá por el pleistoceno. Mi padre pagó la primera boda –noblesse oblige- y la segunda la pagamos los novios ya que a mí me daba un poco de vergüenza esquilmar a mis progenitores, porque en aquellos tiempos se casaba a una hija para toda la vida y no hasta que el divorcio los separase.

Juro que me hubiera muerto de pánico si hubiera tenido que pedir dinero a mis invitados porque… ¿Qué tipo de invitación es esa en la que uno ha de pagar la factura del acto al que le invitan? Luego comprendí que ante el vicio de pedir está la virtud de no dar y ya fui capaz de rechazar sin que se me despeinara ni un pelo las invitaciones de algunos amigos o conocidos a las bodas de sus hijos, supongo que para hacer bulto y aumentar el saldo bancario de los mismos.

Parece que hay muchísimas parejas que se forran ante la efeméride de su enlace y con lo recaudado financian el viaje de novios, la compra de un coche nuevo, el vestido de la novia, la corbata del novio y hasta el bautizo del niño que ya viene en camino. Y no digo que esté bien ni que esté mal, allá cada uno con su orgullo, su dignidad y la forma que tiene de sablear a amigos y familiares; seguramente perderán algunos amigos en el camino, aquellos que sean sinceros y capaces de decir lo que todos piensan, que es un abuso consentido y una falta de categoría social hacer tamaño disparate.

Curiosamente, hay muchas situaciones disparatadas –como la que estoy citando- que son admitidas socialmente por aquello de “por la paz un avemaría” aunque la gente critique, murmure y ponga verde a quienes así actúan. Curiosamente también, habrá personas que hacen lo mismo que les han hecho a ellos y continúan expandiendo una costumbre con muy poca honra y generosidad. Porque pedir o casi exigir es algo que no conduce a nada bueno, unos porque sentirán el abuso con dolor y otros a los que les dará mucha rabia que les tomen por tontos en su misma cara.

Hay un chiste simpático que circula últimamente por las redes sociales y dice así: “Me han invitado a una boda y en la invitación venía el número de cuenta. He domiciliado la luz y el agua. ¡Qué amables son!”

En mi opinión, lo que no es amor es interés y si se empieza el matrimonio o la convivencia como un negocio, se tienen todos los boletos para que esas personas acaben peleándose por el sofá de la sala o la tele de la cocina el día que vayan a separarse. Creía que habían pasado los tiempos de los matrimonios de conveniencia, aquéllos que duraban toda una vida porque se basaban en leoninas cláusulas que ninguno de los cónyuges podía saltarse. Quizás habría que añadir una cláusula que dijera que si la pareja se divorcia al cabo de menos de diez años que devuelvan el dinero de los óbolos/contribución que exigieron a sus invitados en su día. Sí, ya sé que es una tontería, pero frente al asalto a mano armada con B.S.O. de marcha nupcial toda defensa es poca…y necesaria.

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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