Tengo una buena amiga en una ciudad castellana (o gallega o andaluza, da igual) con la que nos vemos menos de lo deseado. Pero como el teléfono es gratis desde el sofá del salón, de vez en cuando nos pegamos unas sesiones maratonianas, que hasta ponemos el altavoz y vamos cenando o cosiendo botones mientras hablamos.
Esta mujer amiga tiene una vida algo parecida a la mía (Dios los cría y ellos se juntan) y son tantas las vivencias acaecidas, si no compartidas, y se asemejan tanto, que nos unen en un lazo estrecho y peculiar. Mi amiga en socióloga (o profesora de literatura o ejecutiva bancaria, da igual), tiene mi edad, tres hijos mayorcitos y algún que otro ex marido. Lo que voy a contar aquí es algo que hablábamos el otro día (o la otra noche, da igual) y para lo que tengo su permiso y beneplácito.
Durante los últimos tres años ha tenido una relación amorosa con un hombre divorciado; se conocieron, se enamoraron y no había impedimento alguno para su relación. Así que decidieron irse a vivir juntos al cabo de unos pocos meses (después del tanteo inicial y el ajuste de presupuestos). Todo iba bien hasta que apareció un fantasma en el piso donde vivían (piso de nueva construcción que habían alquilado para comenzar su andadura conjunta –sabia opción, por cierto-). Al principio se hacía notar poco –el fantasma-, tan sólo pequeñas corrientes de aire frío que le helaban a mi amiga los pies por la noche (a pesar de compartir lecho con su amante y flamante novio). Sutiles y sibilinas acechaban su sueño las palabras escuchadas durante la cena: “pues mi ex no soportaba acostarse sin recoger la cocina” o “con mi ex no salíamos apenas, a ella no le gustaba”.
No le hubiera dado excesiva importancia al tema sino hubiera sido porque el fantasma empezó a colarse también entre las sábanas nocturnas, cuando la pasión cerraba el día; pero esta vez sin susurros, con silencios ominosos y omisiones terribles. “Con mi ex esto no lo hacíamos porque a ella no le gustaba” o “Contigo siento cosas que antes no había sentido…” Y fue como cuando te pica la espalda y no te llegas y te tienes que frotar contra el marco de una puerta.
Un hombre que ha vivido durante más de veinte años con su primera novia convertida en su primera esposa, viene con una serie de “vicios adquiridos” que son muy difíciles de erradicar y que entorpecen el buen desarrollo de una nueva relación amorosa. La “ex” en cuestión había tomado ella sola y durante décadas las decisiones importantes que afectaban al matrimonio y a la familia a expensas del buen conformar del marido. No eran católicos, pero los hijos fueron bautizados y escolarizados en centros religiosos. La decoración de la casa sucumbió a los cientos de pequeños objetos que la señora coleccionaba compulsivamente no dejando espacio para los gustos personales del esposo. Las vacaciones se llevaban a cabo en los lugares que le agradaban a ella y que decidía en connivencia con su madre (salió la suegra a colación). Tuvieron los hijos que ella quiso tener cuando a ella le pareció bien (la revancha del hombre fue hacerse una vasectomía medio a escondidas para no tener más progenie) y cuando ella se aburrió del marido aburrido que tenía –el hombre a aquellas alturas había tirado la toalla de casi todo- les abandonó a él y a los hijos y se fue a vivir su vida dejándole al marido a cargo de los pequeños –porque eran pequeños-.
El culebrón siguió durante varios años más hasta que este buen hombre reaccionó, se dio cuenta de en qué se había convertido su vida y su dignidad y pegó un zapatazo poniéndolo todo patas arriba. Se separaron en contra de la voluntad de ella. Y se divorciaron traumáticamente un año después.
Mi buena amiga tuvo la mala idea de fijarse en ese hombre divorciado un día cualquiera en cualquier sitio y se enamoraron. El resto ya está contado unos párrafos atrás.
Ahora mi amiga y yo reflexionamos sobre si ella –y yo- no le hizo el mismo –o parecido- daño a su primer marido, dejándolo “tocado del ala” y haciendo que la siguiente mujer de la que se enamorara padeciera el mismo calvario que ella había sufrido con este hombre. Se pregunta –me pregunto yo también- si no estamos reproduciendo el mismo esquema erróneo una y otra vez.
Por si acaso, no quiero ver a un divorciado reciente a menos de 100 kms. a la redonda.
En fin.
LaAlquimista