Cuando me las daba de listilla y trataba de hacerlo impunemente –hace ya muchos años de eso- me gustaba decir que el aburrimiento era cosa de tontos. Quizás para distinguirme, para reafirmar mi autoestima o para explicar a mi pequeño mundo que era capaz de tener múltiples y diferentes intereses vitales, todos ellos de elevada y reconocida calidad. Supongo que se me llenaba la boca –y la cabeza- con mis proyectos, afanes e ideas. Pero el tiempo pasa con mayor o menor fortuna y, entre salto y salto contando las caídas con o sin red, una va tomándose el tiempo de alguna que otra pequeña reflexión.

Si hacía las maletas y partía rumbo a un país exótico apurando hasta la última gota el tiempo vacacional y la tarjeta de crédito, si era capaz de arrancar el coche para ir a cenar a París y desayunar en Bruselas o me metía de cabeza en un asunto a todas luces rocambolesco y por ende complicado y perjudicial para mí (preferentemente amoroso), eran esas actitudes mías una especie de desafío a mi propia persona para exorcizar eel tan temido tedio, vulgo aburrimiento. Eran los tiempos en que cualquier plan era bienvenido aunque comportara inestabilidad y más que seguros tropezones, los tiempos absurdos en que se decía aquello de “me apunto a un bombardeo”, ya veo ahora lo inconveniente y poco apropiado de la metáfora…

Al aburrimiento lo he temido como a un tornado, visceral y completamente. Cuantas veces escuchaba frases del tipo: “mi matrimonio es un aburrimiento”, “mi trabajo me aburre”, “estoy con alguien aburrido”, me recorría por dentro el escalofrío del temor de poder estar yo también, incluso sin saberlo, inoculada de ese virus, portadora inconsciente de lo que consideraba una enfermedad.

Luego han pasado los años y las maletas han ido rompiéndose y ha sido preciso comprar otras nuevas, más resistentes, más caras también, las articulaciones se han puesto a crujir y ya no aguantan más de cuatro o cinco horas tras un volante, incluso han adquirido esa capacidad adivinatoria que tienen los meteorólogos para anunciar  el cambio del tiempo aunque, como todo en la vida, no haya acertado (como ellos) en mis predicciones sobre el futuro. Ahora tomo de vez en cuando alguna pastilla y uso cremas para “piel madura” y siempre pienso que, como la fruta, mejor que esté verde porque luego de madurar el siguiente estadio es el de la podredumbre, pero en fin. Y eso sin remarcar que cada vez es más difícil encontrar compañía para hacer la última pequeña locura que se me ocurre.

Así que me ha dado por pensar si no me habrá llegado también a mí la época de ese dulce aburrimiento que tanto parece acomodar –que no gustar- a muchas personas que conozco y del cual se sienten igual de orgullosos y satisfechos como del carrusel en el que me he montado durante tantos años para darle sensación de riesgo y aventura a mi vida.

Porque pensaba: pues antes de aburrirme me subo a un globo –no, que ya he subido-, bueno pues me largo al desierto a seguir las huellas de T.E.Lawrence –tampoco, que ya fui y estaba lleno de arena-, entonces ¿qué me queda? ¡ah sí! : pasear por la ciudad a contar las flores, hundirme en el sillón a leer muchos libros, salir a comer los domingos con mis amigas y tomar el aire, ver buenas películas y parlotear de recuerdos divertidos con mis hijas mientras veo que son ellas las que han tomado el testigo de la aventura, el riesgo, el proyecto de vida, los deseos y los afanes…

Por lo menos hoy sigo estando viva así que tonto el que se aburra.

En fin.

LaAlquimista

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