Es una pregunta retórica, que conste, de esas que no necesitas que te las responda nadie porque total, para qué. Esto viene al hilo de la observación de grupos humanos realizando diversas actividades de las llamadas cotidianas, bien en el ámbito de la salud o en el de la cultura del intelecto. Y que conste que no me voy a meter con los señores, faltaría más, con lo que me gustan.
Que hay en el mundo más hombres que mujeres es dato conocido y los porqués también; por aquello de la continuidad de la especie y no está mal la idea que tuvo la naturaleza de hacerlo así. Un único macho puede fecundar a varias o muchas hembras y todos tan contentos cuando se trata de la especie animal no pensante. Ay, que me desvío del tema… Pero parece que también la naturaleza ha decidido que seamos las mujeres las que tengamos que sobrevivir a los hombres y esa es la cuestión.
¿Para qué –y no “por qué”- somos las mujeres más longevas que los hombres? A ver, si está más claro que el agua. Pues para malcriar a los nietos dándoles todos los caprichos que les niegan sus padres y así vengarse un poco de tanta regla y tanta norma. Porque, ¿quién ha visto alguna vez a un abuelo haciendo rosquillas, bizcochos o galletas para los nietos? Para perpetuar la población canina gracias a la demanda de perritos. Para cuidar del marido cuando se jubila ¿Por qué el hombre piensa siempre en tener a su lado a una mujer que le cuide en la vejez y la mujer piensa en irse a Benidorm con las amigas cuando se queda viuda?
Es nuestro designio, no nos opongamos a él. A partir de los cincuenta se nos enciende el piloto rojo de todas las alarmas, pero somos las mujeres las que dejamos de fumar, controlamos la ingesta de alcohol y le declaramos la guerra sin cuartel al colesterol (menos en época de sidrerías). Nos jubilamos y seguimos haciendo cosas como locas, nos apuntamos al gimnasio en vez de hacer “sostenimiento de vallas”, llenamos las salas de conferencias en vez de hacernos expertas en el manejo del mando de la tele, abarrotamos las cafeterías de seis a ocho de la tarde para brindarnos la alegría de la sociabilidad en vez de cogerle miedo a la calle y a la vida.
En el Norte y en el Sur del planeta, la mujer sigue imparable, como el conejito de las pilas hasta que se topa con el obstáculo final. Sigue siendo el soporte de la familia y del clan cuando le dejan, tropieza con piedras y se levanta excepto cuando se las tiran a la cabeza en nombre de un dios lejano, reserva su energía y su aliento para preservar el orgullo y la esencia de la especie hasta que ya no puede más. Y entonces claudica, pero con las pilas puestas.
En fin.
LaAlquimista