Hoy he dormido muy bien; seguramente se debe a que ayer me acosté no demasiado tarde y sin haber mirado las noticias de última hora, esas catástrofes que se meten conmigo en la cama e inventan pesadillas donde no debería haberlas. La luz de la mañana se cuela en la habitación y mi perrillo me da los buenos días: no sé cómo lo hace pero siente en cuanto abro los ojos y acude presto, como queriendo recordarme que él también ha amanecido a un nuevo día.
Lo primero que hago es estirarme; me estiro profusamente, como le he visto a él hacer (a mi perro). Dejo que crujan algunas articulaciones y bostezo sin vergüenza. Abro los ojos despacito, hoy tampoco tengo prisa, es una constante en mi nueva vida ésa de no correr ya más hacia ninguna parte, y olfateo el aire que se cuela por la ventana entreabierta. ¿Humedad, viento sur, lluvia? En cualquier caso, primavera. Abierto el ventanal ya de par en par busco mis puntos de referencia habituales; el cielo, los montes, el mar a lo lejos. No miro hacia abajo, nunca lo hago, tan sólo mantengo alzada la mirada, cierro los ojos un momento y respiro profundamente varias veces. En dos minutos estoy lista para afrontar la vida, para unirme de nuevo a la rueda del mundo…
Desayuno con parsimonia, envuelta en una pereza acogedora que hace que el té oloroso y el pan tostado perlado de aceite se instalen en mí como el primer placer de la mañana. (Habrá otros más) Luego, vuelvo a la cama, me instalo entre almohadones y leo un rato el libro calmo que tengo en la mesilla (siempre hay otro un poco más trepidante, según el estado de mi ánimo); escribo un rato y alimento el blog en estos momentos tranquilos, lúcidos y sin contaminar todavía con la furia de lo que está ocurriendo allí afuera, en ese mundo del que también formo parte.
El ritual de abluciones me procura el segundo placer intenso del día; sé que necesito de la higiene física para que se mantenga la higiene mental. ¡Qué maravilla una larga ducha demorada, suave, tocando mi cuerpo que sigue vivo y sano! Y luego el espejo. Mirarme para reconocerme hoy también, como si pasara por él mi código de barras personal. Escrutar el rostro y tomar conciencia de que sigo siendo yo, pero no ya la de anoche ni la de ayer, sino una nueva, a estrenar con cada día…
Salgo a la calle sin mirar el reloj cuando me lo pide mi perrillo querido. A veces es una larguísima caminata lo que se me antoja, otras un paseo tranquilo haciendo recados sencillos. Y la comida. ¡Qué placer tan intenso sentir desde adentro lo que me apetece comer! Acercarme a los puestos de verdura, elegir con los ojos las alcachofas o unas vainas, imaginarlas salteadas con una punta de jamón. Entrar en la pescadería como si fuera el paraíso y fijarme en los ojos de esta mediana, aquel verdel o el pequeño rodaballo salvaje de más allá. Quizás me baste con la seducción de las antxoas frescas. Complemento mi botín con unas fresas o unos kiwis, me decido por lo cromático de su conjunto, qué bonito el plato de fruta roja y verde, dará pena comérselo…
Hoy digo sí a todo, me diluyo en lo que ES sin oponer resistencia. Intento llegar a la Gran Alma, la fuerza que trasciende mi identidad personal, donde soy vivida por la vida en lugar de vivirla. Mi yo se desvanece y mi pequeña identidad personal, esa que gira alrededor de preferencias y aversiones y me dicta la conciencia de lo que se considera bueno o malo, descansa. Hoy la vida tiene un despliegue multicolor porque me dejo llevar por su flujo sin oponerle resistencia.
Las horas pasan marcando su pauta tranquila y yo las recorro acariciando las páginas de un libro, demorando la vista en el paisaje o dejando mi huella en un banco del parque que parece colocado ahí precisamente para que me siente a dejar libre el pensamiento. Quizás comparta un café con un nuevo amigo. Observo sin querer observar y la luz del mediodía calienta mi espalda. A lo lejos se ve el perfil de la luna, un guiño inusitado.
Estos días sencillos son los que más feliz me siento…
¿Cómo serán los de los demás…?
En fin.
LaAlquimista
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Fotografía: Amanda Arruti