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Cecilia Casado

A partir de los 50

Cuando somos injustos con los demás

 

 

Parte este post del reconocimiento humilde de que todos, absolutamente todos, estamos habitados por nuestros propios demonios. Esos que no se pueden presentar en sociedad y que viven en el cuarto trastero, el que no tiene ventilación, pero que forman parte del atrezzo inevitable de la existencia. Y aunque los queramos tener escondidos o castigados sin salir a la calle, cada vez que franqueamos la puerta de casa, en el último momento, como una corriente de aire frío y gris, se escurren de su escondrijo y se vienen con nosotros. Quizás no nos demos cuenta de que vienen con nosotros hasta que, inopinadamente, se deslizan desde nuestra boca hacia el juego de la vida.

Son esos demonios que estropean un tranquilo paseo al atardecer mediante una conversación que no tenía que haber sido y que es el detonante de un desencuentro; son esos demonios que convierten en rictus la sonrisa que durante horas estuvo anidándonos. Son los demonios que nos vuelven poco amables a los demás e incómodos ante nosotros mismos.

Si nos damos cuenta y reflexionamos después, lo más que solemos decir es: “no sé qué me pasó, se me cruzó el cable de repente”, como si fuera una excusa infantil para intentar deshacer el daño emocional causado. Pero ya está hecho y no tiene marcha atrás.

Son esos días en que le montamos una bronca a alguien que no se la espera, pero que estamos seguros de que se la merece; son esas ocasiones en que nos crece al final del brazo una espada flamígera con la que sentimos que hay que vengar alguna supuesta ofensa. Desbocadas emociones que se desbordan como si se hubieran reventado las compuertas de un embalse de penas viejas y enmohecidos resentimientos.

Cuando se lo hacemos padecer a los demás, volvemos a casa con el corazón encogido por haber hecho de patéticos verdugos sin obtener a cambio maldita la satisfacción. Cuando nos toca padecerlo se nos instala en el alma el vacío de la incomprensión y un sentimiento de injusticia, como si fuéramos víctimas inocentes, tratadas injustamente gracias a los demonios ajenos. En ambos casos estamos sufriendo y haciendo sufrir. Y la vida no es esto, no debería serlo…

Hoy abro la ventana de par en par y establezco una buena corriente de aire entre el cuarto de atrás y la vida que está ahí afuera. Que salgan volando los demonios que todavía me habitan hacia los dorados del amanecer y no vuelvan más. Por lo menos éstos. Hago el saludo al sol llenando mi cuerpo de nueva energía y todo mi ser del aire que vivifica. Cierro los ojos mientras estiro los brazos hacia lo alto, donde no llegan las sombras y me perdono por el daño que pude haber hecho ayer y comprendo y disculpo también a quien he acusado de hacerme daño. Porque la vida puede y debe ser mucho más que esta absurda pelea.

Y a esa persona que estoy acusando de tratarme injustamente le envío un deseo de energía positiva por si acaba sintiendo que no ha sido nunca mi intención tratarla injustamente. Quizás algún día nos volvamos a abrazar y a decirnos un “te quiero” que siempre ha estado ahí…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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*Salvador Dalí. ilustración para “Las mil y una noches

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


mayo 2016
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