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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Un final espantoso o un espanto sin final?

 

La frase del título además de ser un juego de palabras es una realidad que se presenta en no pocas ocasiones cuando de poner final a una relación de pareja se trata. Parecería que es sencillo dar carpetazo a un acuerdo que ya no funciona, que no es ni operativo ni fructífero ni beneficioso para las partes, y, sin embargo, a la hora de dar marcha atrás cuánto conflicto, cuánto impedimento, cuántas cuentas pendientes por saldar…

Desgraciadamente quien más quien menos conoce de algún divorcio o separación traumática, bien colateralmente o bien en primera persona, en cuyo caso sobran las palabras para describir el calvario al que están abocados los protagonistas de la ruptura. Bien entendido que cuando una pareja se separa no lo hace irreflexivamente ni movida por impulsos –cosa que sí suele ocurrir muchas veces cuando se emparejan. En la naturaleza humana y pensante también va incluida cierta dosis de reflexión, de voluntad de arreglar las cosas y, sobre todo, el cálculo frío e interesado de cuánto vamos a perder a cambio de lo que vamos a recuperar: casi siempre la libertad y el respeto por uno mismo.

El caso es que hay demasiadas parejas que siguen cohabitando con el espanto cotidiano en vez de poner fin a esa situación aunque sea de forma traumática (que emocionalmente siempre lo es). El espanto cotidiano no tiene porqué estar salpimentado de violencia física, ni siquiera de violencia psicológica; basta con la lacra del aburrimiento, la indiferencia y la ausencia de comunicación. De hecho, el silencio que se corta con un cuchillo suele ser una de las claves que indica que la pareja está instalada en el “espanto emocional”. Eso por no hablar de “la soledad de dos en compañía”.

Ese “espanto” que se siente en la intimidad individual, cuando la persona se da cuenta de que “ya no queda nada” del sentir que otrora le llevó a emparejarse ilusionada y alegremente con quien hoy no le produce más que indiferencia, cuando no rechazo puro y duro. Ese “espanto” de compartir el lecho procurando no rozarse la piel, soñando con una cama privada para mantener sueños privados; ese “espanto” de respirar aliviados cuando la pareja se va a sus quehaceres y deja el espacio libre de su presencia para relajo y satisfacción del que se queda.

No hace falta llevar juntos decenas de años para sentir que la rutina ha modificado la esencia de lo que se consideró en su día “amor eterno”; también a la gente joven le ocurre este fenómeno del “espanto”. Porque se dan cuenta –a tiempo todavía- de que han cometido un error, que han elegido equivocadamente, que se han dejado llevar por pasión o deseo y, también alguna vez, por miedo o interés. Recuerdo hace treinta años como había gente que se casaba de “penalty” (por estar la chica embarazada) sin más base y fundamento que reparar el desaguisado o como forma y manera de “agarrar” a un hombre renuente al matrimonio. El amor podía estar o no presente, eso no ha cambiado con los tiempos. Hoy en día parecería impensable una situación así, hay otra mentalidad (afortunadamente) y otros medios (afortunadamente también); pero nos sorprenderíamos de cómo el mundo parece que cambia tan sólo en apariencia mientras que en el fondo sigue todo estando exactamente igual.

El “espanto” de quien se sabe atado cual galeote a la condena de mantener una familia para no perder a los hijos en un divorcio con consecuencias muchas veces injustas; el “espanto” de quien se sabe condenada a depender económicamente de quien aporta el pan sin poder optar a un trabajo que le dé independencia. El espanto, al fin y al cabo, de todos aquellos que se ven reducidos a una jaula social que no les ayuda a separarse, a ser libres, que les condena de antemano a la recriminación familiar o del entorno por no ser capaces de llevar a cabo el fin previsto de manera original.

Recuerdo con espanto auténtico a mi primera ex suegra echando leña al fuego y diciéndome con voz cáustica: “Qué poco aguantáis las mujeres ahora”. Creo que fue a raíz de aquella frase cuando decidí poner un “espantoso final” al matrimonio en vez de seguir aceptando “un espanto sin final”.

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


mayo 2016
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