La "horrible" vida tras la jubilación | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

La “horrible” vida tras la jubilación

 

Llevo siete años sin ir a fichar; entre el desempleo estructural y la prejubilación mi vida ha dado tal vuelco que cada día es víspera de fiesta para mí. Y no es fácil asumirlo, como se verá.

La capacidad de resiliencia (en psicología, capacidad que tiene una persona para superar situaciones traumáticas) que se supone todos llevamos dentro -incluyéndome a mí- activó todos los recursos posibles y me empujó tras una puerta inesperada, como las de Alicia en su maravilloso país. Podía no haber abierto esa puerta y haberme quedado anonadada por la debacle, llorando inmóvil esperando a que “ocurriera algo”, pero como está en mi temperamento ser curiosa, la abrí.

Lo que hallé al otro lado llevo contándolo seis años en este blog de mis entretelas y quien más quien menos sabe de qué pie cojeo. Soy una positivista con ramalazos de racionalidad que no siempre me llevan a buen fin; o una racionalista soñadora que se arma un lío tremendo cuando me quedo quieta parada intentando sentir con fuerza lo que me late por dentro.

En realidad, tengo demasiados ejemplos alrededor que intentan demostrarme que la vida de los jubilados es “horrible”. Lo veo en esos vecinos con cara de agobiados que llevan a sus nietos al autobús matutino cuando yo estoy paseando a mi perro antes de volver a casa con el pan recién hecho para el desayuno. Les vuelvo a ver al mediodía corriendo para hacer la comida y darles de comer y a la tarde en el parque, con cara de aburrimiento y desolación –los abuelos- a la espera de que el hijo o la hija pasen a recoger a los retoños cuando acabe su estresante jornada laboral.

Lo veo en esos ex compañeros de trabajo con los que me detengo un ratito a charlar en la zona céntrica de la ciudad y que me cuentan de sus males y angustias y enfermedades todas ellas surgidas a raíz del desbarajuste mental y emocional sufrido como consecuencia de la obligada prejubilación a la que nos abocó a todos la otrora  brillante y puntera empresa. Están tristes y medio deprimidos, no saben bien qué hacer, se aburren inventando opciones, la mujer pone cara de resignación y les pide que “hagan algo”, que no se queden en mitad del pasillo y supongo que los hijos están más que hartos del mismo discurso en las comidas dominicales.

Están también los otros jubilados, esos que se las prometían felices viajando en pareja fuera de temporada, al solecito mediterráneo huyendo de la lluvia de aquí, disfrutando de sus ahorros de toda la vida, tranquilos ya por fin y que se han encontrado con hijos que vuelven a casa frustrados e indignados y carentes de trabajo digno; esos sesentones que no deberían tener más obligación que estar en paz y tienen que volver a la casilla de salida para ayudar a los hijos que no han podido o sabido enfrentar con éxito a la maldita crisis.

Entonces procuro no entrar al trapo y escuchar con amabilidad las quejas –o denuestos contra quien corresponda- y sonreir tímidamente para que no se sientan mal cuando ellos me preguntan que qué tal me va a mí, si echo de menos “estar en activo”, si no me deprimo “no teniendo nada que hacer”, si mis hijas han encontrado trabajo, si perdí los ahorros en las Preferentes o “me he vuelto a casar, por fin”.

Porque no sabría cómo explicarles que sigo estando en activo a mi manera, que vivir es mi pasión, que a cada día le busco su afán y se lo encuentro, que mis hijas están bien y trabajando aunque sea en la otra punta del mundo, que nunca tuve ahorros porque me lo gastaba todo en vez de meterlo en el banco, que vivo sola y feliz como una lombriz porque he comprendido que la impermanencia de todas las cosas forma parte de la vida y me siento en paz sola en mi casa como me sentiría en paz si compartiera la cama cotidianamente con alguien.

Entonces me despido de ellos con un abrazo y me voy a un banco al solecito tibio a reflexionar sobre la “horrible” vida que hay después de la jubilación.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


mayo 2016
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