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Cecilia Casado

A partir de los 50

Mi Enfermedad Psicosomática

 

No soy ni médico ni psicoterapeuta, pero sí he sido enferma, así que entiendo que tengo suficiente conocimiento empírico como para hablar de la enfermedad en general y de la que padecí en particular.

Durante muchos años tuve que padecer trastornos gastro-intestinales; por mucho que me dedicara a la dieta mediterránea, no abusara del alcohol y mantuviera el peso adecuado a mi masa ósea, cada dos por tres se me cortaba la digestión con los consiguientes inconvenientes: dolor, retortijones y diarrea. Todo un clásico para estar de viaje por el Valle de los Reyes o las gargantas del Cares: el miedo al corte de digestión me acompañó durante años de forma lacerante y tan grande era que por temerlo lo convocaba.

Enfermedad la llamo porque yo estaba enferma, carente de salud en ese sentido, pero los médicos no lo llamaron así ya que las pruebas realizadas (de todo tipo, exhaustivas, recurrentes, intensas) no determinaron ningún diagnóstico concluyente más allá de aseverar que mi aparato digestivo se encontraba en “aparente buen estado”. Punto final. Ahí te las apañes con lo que venga después…

Sabía que había enfermedades psicosomáticas provocadas por la mente del propio enfermo, por situaciones emocionalmente no resueltas, por traumas o disturbios viejos e imposibles de detectar por ningún TAC o escáner. Sabía que lo que no es patología (Parte de la medicina que estudia los trastornos anatómicos y fisiológicos de los tejidos y los órganos enfermos, así como los síntomas y signos a través de los cuales se manifiestan las enfermedades y las causas que las producen.)… era otra cosa, así que me dediqué a buscar por mi cuenta en los escondrijos de mi mente las posibles causas de mi “patología ficticia”.

Acudí a profesionales del “alivio mental” -que me aliviaron la cartera básicamente-; también recurrí al eventual socorro de “ayudadores emocionales” y con éstos me fue bastante mejor. En cualquier caso me negué a tomar una sola de las pastillas que me recetaban los médicos para paliar los dolores porque eran eso, paliativos, y no podían atajar el origen del mal puesto que ningún galeno fue capaz de hallar una causa clínica al trastorno que me afectaba.

Para compensar, un buen profesional de la medicina me dijo “off the records” que lo que no se puede curar hoy en día con la medicina (tradicional o de la otra) es porque tiene un origen psicosomático y es únicamente el individuo el que puede arreglar en su cuerpo lo que él en su cuerpo ha promovido que ocurra. Se refería, huelga decirlo, a los “dolores del alma”.

Agarré el toro por los cuernos y me metí de lleno en la tarea de aliviar mi alma de dolores viejos, esos dolores que me acompañaban desde la niñez: ausencia de cariño, maltrato, búsqueda del amor de la madre aún en la edad adulta, familia de origen desestructurada, rabia por traición a la confianza y alguna más de esas “piedras” que –según parece casi todo el mundo lleva en la mochila pero que muy pocos se atreven, no solamente a reconocer,  sino a deshacerse de ellas.

Comprobé que mi enfermedad era psicosomática, vaya que si lo era, puesto que cuando finalmente fui capaz de liberarme del DOLOR que me atenazaba el alma a base de reconocerlo, afrontarlo y llamar a las cosas por su nombre y, por supuesto, realizar en mi vida EL CAMBIO que necesitaba… ¡Se acabó lo que se daba en mi pobre estómago!

Desde hace casi dos años, DOS AÑOS, que no me duele, ni se me corta la digestión, ni tengo convulsiones intestinales, ni rien de rien.  ¿A qué precio? Al de aceptarme como soy y dejar de pretender que los demás me acepten cuando sé que no les gusto. ¿A qué precio? Pues al de renunciar a querer conseguir un cariño que me ha sido negado durante toda la vida creyendo que sin él no podría vivir. ¿A qué precio? Pues al de mirar en mi interior y escuchar el mensaje que me venía de las tripas (y nunca mejor dicho). Allí se quedaron mis miedos, mis apegos y “supuestas” necesidades…

Espero que sirva de algo mi testimonio -que no puedo explicar más ni mejor –al menos en público. Además tengo prisa, he quedado para comer y disfrutar de la comida con quien comparte conmigo la vida sin juzgarme, condenarme… ni cortarme la digestión.

En fin.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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