Veraneando en Donosti | A partir de los 50 >

Blogs

Cecilia Casado

A partir de los 50

Veraneando en Donosti

 

Un día radiante de verano disfrutaba yo de una cervecita mirando el donostiarra mar. En la mesa de al lado, unos turistas patrios alababan el excelso panorama con que se les alegraba la vista. Me miraron y les miré sonriendo como una madre orgullosa de un hijo que ha metido un gol en el partido del colegio y ellos sentenciaron: “Imposible comprender que los donostiarras se vayan a otros lugares teniendo esta belleza a su disposición”. El aserto me dio en la línea de flotación puesto que soy la primera que caigo en ello y alabo las excelencias de “mi otro mar” donde resido un par de temporadas al año, y les di la razón tomando una nota mental para reflexionar sobre el asunto.

De vuelta estos días a mi Donosti querida me ha atacado una especie de “rabieta” pensando que durante mes y medio al menos “tendré que padecer” mi ciudad en vez de disfrutarla, haciendo oposiciones al paradigma de la contradicción a la que aludían los turistas del párrafo anterior. Creo que me ocurre algo parecido a tantos pamploneses que abandonan su ciudad ante la perspectiva de los sanfermines; o de los parisinos que dejan la ville lumière en manos de huestes foráneas durante el mes de Agosto. Renegando de alguna manera de lo que tenemos y dejando al recién llegado el honor de disfrutar lo que ya nos parece poco deseable porque andamos en pos de algo diferente, de algo nuevo aunque sea efímero.

Volví, pues, a casa, saludé a mis plantas –amorosamente cuidadas en mi ausencia por mano amiga- y me lancé a la calle, a ver el mar, al reencuentro silencioso con el decorado en el que, año tras año, sigo representando la “obra” de mi vida. Dejé el barrio silencioso y medio desierto para adentrarme en una vorágine estival de ruido, coches, multitud. Música y jolgorio por doquier, la ciudad resistiendo el exceso humano, expandiéndose como vientre fecundo, la playa desbordada de humanos –que no de humanidad- sobre una arena indiferente y un mar impertérrito, ajeno a consideraciones filosóficas o sociales.

El cartel veraniego será igual que todos los años: Festival de Jazz y la lluvia que se avecina –a pesar de las Clarisas y los huevos que les llevan-; miles de guiris y visitantes foráneos, el dolor de los abusos de cierta parte de la hostelería, los comediantes y músicos callejeros, el “ambiente” recurrente. Un poco de teatro a precio exagerado para que los donostiarras paseen sus galas y algún concierto en su ronda habitual. La muchedumbre fiel a los fuegos artificiales de la Semana Grande y la costumbre familiar del helado de después elevada a la categoría de “idiosincrasia donostiarra”. Los trenes de cercanías trasegando multitudes y jóvenes y mayores llenándolo todo –paseos, bancos, jardines, playas, montes- mientras procuran aflojar el bolsillo lo menos posible a la vista de la tenacidad de los “luiscandelas” de todos los veranos.

El veranito de Donosti con paraguas y zapatos a juego con el bolso. Los que pueden se van para luego volver y contar lo felices que fueron en otras latitudes dejando abandonada su ciudad en manos desconocidas, como esperando que la cuiden (a la ciudad) en su ausencia, como si ésta fuera poca cosa para pasar aquí el verano, como hacemos con tantas personas y situaciones que no se valoran hasta que se han ido tan lejos que ya no queda de ellas ni la sombra del recuerdo.

La mitad del tiempo de verano la paso en mi ciudad y la otra mitad yo también la abandono. Soy vulgar y corriente, como casi todo el mundo… y muy poco original. Queriendo salir de alguna manera del rebaño donostiarra he sacado plaza en el rebaño de otro sitio para hacer allí, sin pudor alguno, lo mismo que critico hacen aquí los que aquí llegan.

Se me está pegando lo que hacen algunos políticos: defender una cosa y su contraria y volvernos locos a todos.

Soy feliz cuando estoy en Donosti y cuando me alejo de ella, cuando contemplo mi mar y cuando admiro otro diferente; esa pulsión que me acerca y me aleja irremediablemente de la misma cosa según el estado de ánimo que me habita.

Como una marea emocional que esgrime carta de naturaleza en el ámbito de mi recorrido vital, como tomando conciencia de la impermanencia de todas las cosas y adelantándome al paso de baile antes de que la orquesta cambie de canción.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


julio 2016
MTWTFSS
    123
45678910
11121314151617
18192021222324
25262728293031