A veces digo tonterías. Y cuando me doy cuenta tengo que tomarme el trabajo de corregir esas líneas torcidas de mi pensamiento. Es el caso de –hablando aquí y allá- cómo los de mi generación nos “llenamos la boca” hablando de la “buena educación” que hemos dado a nuestros hijos. Valores morales que nos transmitieron nuestros padres, satisfacción por el trabajo bien hecho, respeto por uno mismo y el de al lado e, incluso, buenos modales en la mesa por si algún día había que cenar en un sitio lujoso. Bromas aparte, siento que pertenezco a una generación “equivocada” que heredó las mismas “equivocaciones” de nuestros padres y abuelos.
Uno piensa que, a partir de cierta edad de los hijos, ya ha cumplido su deber y puede irse a Torrevieja a tomar el sol. Pues no, en absoluto. Más bien deberíamos darnos cuenta de que nuestros hijos hilan muy fino y miran con lupa todo lo que nosotros hacemos en una edad ya más que adulta y que siguen observando el ejemplo que les damos, comparándolo inconscientemente con aquella “educación” que les dimos de pequeños. Es decir, lo que vigilan de alguna manera es que seamos coherentes, que no caigamos en el “haz lo que yo digo y no lo que yo hago” que tanto éxito tuvo allá por los años en los que no se podía cuestionar la autoridad de los progenitores salvo riesgo de que nos cayera una buena encima.
Ahora que ya voy camino de la jubilación –por edad- no me quiero permitir el lujo de hacer trampas a mis hijas tal y como he observado que –en abrumadora mayoría- nuestros padres hicieron con nosotros. Me refiero a cómo las personas “adultas mayores”, viejas a secas e incluso ancianas, tienen la tendencia a olvidar descaradamente las normas de educación que impusieron a sus hijos por mor de no sé qué derecho que se han inventado. Me refiero a cuando los abuelos mienten, o sueltan tacos, o se cuelan en el bus, o tiran papeles al suelo o, y esto es mucho más duro, aparcan ciertos valores humanos que predicaron y que ya no les apetece seguir practicando.
Mis hijas me observan, sé que lo hacen. A veces se callan –cuando me pillan en un renuncio- pero otras veces me lo echan en cara. Y tienen más razón que un santo al recriminarme que yo cometa ahora yerros que antaño a ellas no les permití por aquello de la “buena educación” que perseguía darles.
O sea que he revisado media docena de actitudes mías que estaban un poco “para allá” no vaya a ser que a estas alturas de la película deteriore la buena imagen de educadora que siempre quise mantener con respecto a mis vástagas.
Así que no critico a mis amigos –o los critico poquito- ya que les enseñé que la crítica y el cotilleo desmerecen a la persona. Y mantengo mi casa (interior y exterior) lo más limpia posible para que haya coherencia con la enseñanza que les di de que “lo exterior es el reflejo de lo interior”. Sigo colaborando con alguna Ong que otra para que no digan que se me ha olvidado “compartir” con el que tiene menos tal y como les enseñé a ellas cada vez que nos íbamos de vacaciones por ahí.
Pero sobre todo sigo firme en mis principios sobre la vida y la forma de relacionarme con las gentes. A pesar de que los años vividos me han obligado a “hacer guardia en malas garitas” no he depuesto mi esperanza e ilusión en un mundo mejor, tal y como les contaba en los cuentos que compartíamos de pequeñas. Quiero que vean a su madre como la soñadora/racionalista que conocieron de primera mano en sus primeros años de vida; quiero que sigan pensando que soy la cigarra que canta cuando todas las hormigas están protegidas de la lluvia; quiero que me sigan viendo como la mujer fuerte que es capaz de gritar y patalear cuando todo se le viene abajo y como la mujer que se permite ser débil cuando hay penas que lamentar y amores por olvidar.
Voy a tener que seguir “educándolas” hasta que me muera –maldita sea- para que sepan que también sus propios hijos las mirarán con lupa algún día y que las tendrán de ejemplo, porque una no se libra de la madre que ha elegido o le ha tocado en suerte. Lo mismo que a mí me sigue pasando con la mía propia, faltaría más…
Y ahora que compartimos parte del verano “en casa” aprovecho la ocasión para seguir dando ejemplo.
En fin.
LaAlquimista
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