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Cecilia Casado

A partir de los 50

Maldita sea la fuerza de lo negativo

Una en su ingenuidad –malamente atemperada por la edad- sigue creyendo que se puede transformar lo negativo en positivo, que a la energía que viene “atravesada” se le puede dar un empujón y pasarla al otro lado de la red, donde hay buen rollito y suena música chillout.
Mal que bien, motivos para el aprendizaje de esta “alquimia emocional” de andar por casa, tengo casi todos los días y hay veces que sale bien y otras, como ayer, en que me quedo desfondada y con la brújula loca.

Sucedió en una reunión en la que estábamos siete personas hablando de un tema común: las emociones. Cada una relatando su estado de ánimo y explicando lo que pudiera servir a los demás como referente, ejemplo o simple divertimento. Al entrar hicimos mención del estado de ánimo presente y servidora, sin pudor alguno, se situó en el top. Vamos, que me sentía animada, llena de energía positiva y feliz como una lombriz. ¿Motivos? Todos y ninguno; a veces con que no haya olas ya es suficiente.

Sin embargo, a medida que fue pasando el tiempo y los otros participantes empezaron a relatar su estado emocional la atmósfera de la sala fue cargándose; imperceptiblemente primero, de una manera manifiesta y ostentosa después. A medida que se verbalizaban los estados de ánimo, conforme las emociones iban adueñándose de situación: miedo, rabia, ira, angustia, dolor… pareció como si hubieran apagado la calefacción y conectado a tope el aire acondicionado.

Ninguno de los asistentes pudimos dejar de notarlo, pero en lo personal me afectó de una manera importante. Sin solución de continuidad mi ánimo fue ensombreciéndose, de manera que la placidez inicial fue convirtiéndose en un lago azotado por el viento. Intenté abstraerme de lo circundante y me fui durante un rato con el pensamiento a otro sitio, tal es así que dejé de oír las conversaciones. Pero enseguida fui atraída otra vez a mi plena conciencia para cometer el error que precisamente se trataba de evitar con el trabajo en equipo: dejé de regular mis emociones.

Así pues me salió una especie de enfado, un destello de ira que se manifestó en unas palabras disonantes y que parecieron ofensivas. No lo pude evitar y para cuando me di cuenta el mal ya estaba hecho. Avergonzada, pedí disculpas al grupo pero no he podido perdonarme a mí misma todavía.

¿Por qué lo positivo que yo llevaba dentro no fue lo suficientemente fuerte como para contagiar a quienes estaban angustiados y sin embargo lo negativo de la emoción ajena sí tuvo la fuerza de absorber y eclipsar mi bienestar?

Igual estoy exagerando, pero no es la primera vez que lo observo aunque sí la primera vez que lo vivo en primera persona. O no, espera, ahora que me doy cuenta… cuando alguien muestra su enfado cancela todas las sonrisas, cuando alguien derrama sus quejas se callan todas las bocas, cuando alguien trae sombras… ¿por qué se apaga la luz?

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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