Cada mañana, sin preocuparse de si me levanto con el pie derecho o el izquierdo, “el equipo de Facebook” me adjunta al desayuno una selección aleatoria de mis recuerdos de hace tres o cuatro años. Al principio me molestaba un poco porque lo consideraba una invasión emocional; luego he ido sacándole jugo al asunto y aprovechando el entresijo tecnológico de esta red social para reflexionar cinco minutos sobre las imágenes caducadas.
Ahí me veo con mi flequillo de siempre y con la sonrisa más compacta que hoy en día. El pelo largo y los aros en las orejas. Estoy-en las fotos viejas- aquí o allá, en destinos más o menos agradables o lejanos, con vestimenta que ya no existe en mis armarios, acompañada a veces por mi hija pequeña (a la mayor no le agrada que publique fotos suyas), en el último destino que compartimos, cuando le visitaba en sus erasmus y sénecas o en mis periódicos viajes a México. El otro mar que sigue siendo el mismo mar de todos los veranos, mi perrillo cuando era juguetón porque no estaba enfermo todavía, mi mirada que hay días que reconozco y otros que es como si perteneciera a otra mujer…
Cada mañana se establece en mi vida una rutina de reflexión por culpa del empecinamiento de Facebook de no permitirme olvidar cómo era y quién fui. En cuatro años no se apercibe excesivamente el envejecimiento de la piel, ni hay un salto brusco de los vaqueros al pantalón con blusa a juego. Sigo “igual” en la apariencia física. Me pregunto por qué nunca he cambiado de peinado, melena, flequillo, alguna trenza de vez en cuando, poca o ninguna variación. Ya no llevo gafas para leer gracias a los beneficios de la cirugía y he perdido el pretendido “aire intelectual” que tuve durante muchos años.
Viajo en el tiempo hacia atrás para recordar las circunstancias y aparecen como desaparecidas muchas personas, como extraños y dispersos algunos lugares, como soñadas ciertas situaciones que ocurrieron y ya no me acordaba haberlas vivido, disfrutado o padecido.
Vuelvo a leer algunos post tristes –de cuando estaba triste- y otros alegres e ilusionados –de cuando todavía tenía ilusiones. Porque creía que hoy, en el año 2016, viviría en mi “futuro” y no es cierto. Este presente es exactamente igual que aquel “pasado” que viví, nada ha cambiado sustancialmente, el paso sibilino del tiempo, la huella artera de la decepción, la cruda aceptación de todo lo que se quedó en el camino.
Ya no creo tener futuro, ahora tan sólo tengo presente. Hoy. Aquí y ahora. Esta mañana en la que tecleo después de haber contemplado mis viejas fotos en Facebook, aquel otoño en Sevilla con mi hija y el paseo por Portugal con un amigo que se diluyó entre fados en Lisboa. Un noviembre en Paris exorcizando penas con otro amigo que sirve para llorar juntos. Mi sonrisa en la cocina de Monet y mi pena ante el muro de Palestina. Los flamingos rosas de la isla Holbox y el calor horrible en Chichen Itzá. Mi paseo solitario por las nubes en las montañas de Perú, aquellos días en un monasterio en puro silencio…
Ya no me acordaba. O apenas.
Ahora miro por la ventana el sol de la mañana y los árboles en su quietud otoñal. Facebook no entiende nada…
En fin.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com