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Cecilia Casado

A partir de los 50

“Haz lo que yo digo y no lo que yo hago”

 

Ya desde pequeñita me gané más de un bofetón por poner en solfa situaciones o actitudes que veía alrededor. Mi pequeño cerebro –incluso cuando aún no tenía “uso de razón” según mis mayores- se cortocircuitaba cada vez que pillaba a alguien en flagrante contradicción. Todavía no había escuchado la famosa frase “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”, pero camino iba de experimentarla aunque fuera por pasiva imposición.

Las chispas saltaron con el tema de los principios religiosos; no es que dudara de los dogmas de fe que me inculcaban, pero es que a mí me resultaba más fácil aceptar –por poner un ejemplo- el misterio de la trinidad divina que algunos chirridos del día a día. Cuando me decían que los “buenos” iban al cielo y los “malos” al infierno y se me armó un cacao mental descomunal porque la etiqueta de “bueno” o de “malo” veía yo que se adjudicaba arbitrariamente, o por lo menos con criterios que a mí me olían a chamusquina. Ahí creo que empezó a urdirse la semilla de mi futura apostasía.

En casa las cosas no iban mucho mejor; castigos o bofetadas estaban a la orden del día para ponernos luego todos a rezar o ir en procesión a misa el domingo, porque “la familia que reza unida permanece unida” –que fue un eslogan nauseabundo de la época- y era una falacia porque yo ya veía que unos y otros se llevaban mal entre ellos, criticándose, ninguneándose o, lo que es peor, haciéndose daño vilmente sin importar para nada el árbol genealógico.

Algunas monjas que me tocaron en suerte en el colegio hablaban continuamente de la pureza pero en el internado a donde me confinaron mis padres durante varios meses no nos dejaban ducharnos más que una vez a la semana y esa imposible relación entre la falta de higiene y la pretendida pureza no la llevé nunca de buen grado. Años después comprendí de qué pretendían “protegernos” las siervas del Señor.

Los chicos y los escarceos que nos traíamos entre manos con ellos también me dieron muchos disgustos: “si me quieres demuéstramelo” –decía el noviete de los quince- y si le dejabas meterte mano luego decía por ahí que eras una “cualquiera”. Los hombres un poquito más mayores –que no maduros- no me dieron demasiadas pruebas de coherencia emocional y también pretendían que yo fuera “suya” mientras ellos pretendían ser “de todas”.

Por aquellos mismos años vi también a “señoras” tratando al llamado por entonces “servicio doméstico” como esclavas y a patrones abusando de los obreros quedándose las cuotas de la S.Social que les descontaban del sueldo y cómo, agarrados del brazo, señoras y patrones, con la cabeza bien alta, iban los domingos a misa de doce haciendo de familias ejemplares de la comunidad.

Como anécdota más divertida del “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”, quién no recuerda a aquellos médicos que fumaban en la consulta del ambulatorio –antes de que lo prohibieran-; hasta una vez topé con un dentista que tenía los dientes hechos un asquito.

El tristemente famoso “haz lo que yo digo y no lo que yo hago” tenía diversas variantes multiusos. Una de ellas era “Cuando seas padre comerás huevos” –que hay que tener cultura literaria para saber el origen-, o “Sabe más el diablo por viejo que por diablo” –que me hacía mirar a mis abuelos y padres como reos del fuego eterno- hasta eclosionar en el más que abundante y cotidiano: “porque lo digo YO y punto”.

De aquellos polvos, estos lodos, qué duda cabe, así nos luce el pelo a todos en este mapa y este territorio, que todavía creemos que quienes alzan la voz (e incluso la férula del poder) tienen más razones que los que callamos porque no queremos entrar en discusiones bizantinas que desgastan y embrutecen a quien las mantiene.

Mucho mejor como les decía yo a mis niñas: “haz lo que yo hago si te parece bien y no eches cuentas de lo que digo que a veces son tonterías”.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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