Quedan pocas horas para el cambio de año, esa fiesta que querríamos supusiera un verdadero cambio en nuestras vidas (a mejor, puntualicemos) y que dejamos en manos del destino o de las famosas “circunstancias”. Así que cuando llega la noche del 31 de Diciembre nos ponemos guapos, descorchamos mucho alcohol -ya que sigue siendo sinónimo de alegría- y al son de algún reloj famoso televisivo y de sus campanas eléctricas o electrónicas tomamos doce uvas procurando no asfixiarnos en el intento y…ya está.
¡Feliz Año, Feliz Año! (Aquí hay un espacio de un par de minutos para abrazarnos a quien esté cerca y se deje o repartir ósculos a diestro y siniestro haciendo entrechocar las copas de cava, champagne o sidra achampanada). Ya está. Ya hemos atravesado el umbral de un nuevo calendario sospechosamente parecido al que acabamos de inhumar.
El día 1 de Enero o cuando se nos pase la resaca de la Noche Vieja garabatearemos una lista de propósitos fútiles que irán perdiendo fuste –como los amores con pocos besos y muchos reproches- y que habremos olvidado antes de Semana Santa y poco más. A verlas venir; el ritual del “año de la marmota”…
Sin embargo, estas fechas deberían ser tomadas muy, pero que muy en serio. Sin bromas ni tonterías… ¿Por qué no dar “la campanada” que nuestra vida está necesitando?
“Dar la campanada” significa, “montar un escándalo”.
Igual es lo que necesitamos y tanto miedo nos da… Veamos…
Una persona infeliz sigue siéndolo muchas veces por miedo –precisamente- a dar la campanada. A llamar a las cosas por su nombre, a deshacerse de cadenas emocionales con visos de chantaje, a poner la vida patas arriba y que se le señale con el dedo, se le eche encima toda la censura social y familiar que está al acecho para que nadie se salga del tiesto y proteste, se rebele, recupere lo que es suyo… sea esto lo que sea y en la mayoría de los casos, la libertad y la dignidad.
Quiero animar desde aquí a que todo aquel que necesite “dar la campanada”, la dé de una vez por todas.
Y es que el primero de año es una fecha buenísima, amparada por los famosos propósitos que todo el mundo hace y muy pocos llevan a cabo con éxito. No se trata de dejar de fumar, perder peso o ganar peso, aprender inglés o hacer un viaje exótico. Hablo de conseguir recuperar el gusto por la vida, la alegría que se ha desgajado en el camino cansado de tantos lustros; quiero que se den muchas campanadas para festejar que se abren compuertas, se airean hogares oscuros, que crecen alas donde antes había pesares.
Abandona al marido que te aplasta la autoestima a fuerza de decirte que no vales nada, deja tirada a esa esposa que disfruta humillando tu dignidad con insidias, ironías, sarcasmos y pullas. Abre de par en par las puertas para que salgan los que sobran y puedan correr los que todavía tienen sueños por vivir.
Haz valer tu personal valía en el trabajo, reivindica tu derecho a un sueldo digno, a un trato digno; no permitas que un jefe déspota te amargue la vida, ni que malos colegas o compañeros te jueguen malas pasadas: defiende lo tuyo, monta un escándalo, da la campanada.
Diles a tus familiares cicateros que estás hasta la coronilla de correveidiles, de chismes a la espalda, de pequeñas infamias caseras; que te borren de la lista donde están apuntados los que guardan rencor, rabia, resentimiento… Que te niegas a seguir jugando con gente que hace trampas siempre que puede mientras te mira a los ojos.
Planta la cara a esos hijos egoístas que sólo saben pedir y nunca dar, a los padres ancianos (o casi) que chantajean emocionalmente para obtener lo máximo dando lo mínimo, a los hermanos envidiosos y criticones.
Diles a los amigos que vas a hacer limpieza en la agenda de direcciones, o mejor no les digas nada y comienza con la escabechina necesaria para tu salud mental.
“Da la campanada” de una vez por todas; todavía estás a tiempo de empezar un nuevo año de tu vida siendo un poco más feliz. Atrévete. Te lo mereces. Seguro que sí.
LaAlquimista
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